Crítica de The Commuter

El viaje diario en tren de Michael, un vendedor de seguros, pronto se convierte en algo lejos de rutinario. Después de ser contactado por una extraña misteriosa, se ve forzado a develar la identidad de un pasajero escondido en su tren antes de la última estación.

The Commuter

En este 2018 se cumple una década de la llegada a los cines de Taken y con ella un nuevo aire en la carrera de Liam Neeson, quien pasaría a convertirse en una estrella madura del cine de acción. Decirlo suena obvio después de estos 10 años, pero el estreno de The Commuter nos ofrece una nueva perspectiva a partir de la cual analizarlo. Es que puede ser que Bryan Mills y su particular conjunto de habilidades le hayan abierto las puertas hacia otro territorio, pero son sus colaboraciones con Jaume Collet-Serra las que le permitieron florecer dentro de él. El cineasta español le ha dado la nada modesta suma de cuatro thrillers competentes en los que puede patear traseros de verdad, películas en las que se respetan ciertos ingredientes pero que no siguen a rajatabla una fórmula.

Esta última tiene una introducción tan efectiva como necesaria, que arma de sentido una premisa que a priori parece difícil de hacer andar. Un montaje concebido con precisión cimenta las bases de este viaje rutinario, uno que se da en toda época del año. Es una apertura valiosa, que condensa algunas piezas de información en unos escasos minutos y que carga de dinamismo lo que debería ser una secuencia tediosa. Una excelente puesta en práctica de las herramientas que el cine puede ofrecer, que además confirma que no se trata de un proyecto de manual.

Y no se queda solo con ese vigoroso arranque, sino que la historia de Michael MacCauley exige que se lo conozca a él con más detalle previo al estremecedor viaje en tren que le espera. Cada escena es un trazo que nos permite pintar una imagen suya más definida, que consolida a quien seguiremos por la próxima hora y media. Para cuando le llega la propuesta que por siempre alterará su vida, hemos visto una firme construcción del personaje como para que todo lo que ocurra a continuación tenga sentido. Es notable la disposición del tablero en el que se moverá nuestro Hércules Poirot de turno, con una estilizada dosificación de los elementos que requeriremos para seguir la lógica del protagonista o vernos enredados por ella.

The Commuter

La mención al famoso detective no es casual, dado que The Commuter le debe mucho a Agatha Christie, así como también a Alfred Hitchcock. Hay un reconocimiento tácito a este último con el uso del travelling compensado, el famoso efecto vértigo que le da al héroe la noción de que está sobrepasado por la situación. El guión de los debutantes Byron Willinger y Philip de Blasi –que después sumó a Ryan Engle (Non-Stop)- toma varias páginas de los manuales de los maestros del suspenso, las suficientes como para que haya una innumerable cantidad de vueltas de tuerca. MacCauley arma hipótesis de inmediato y sumerge en ellas al espectador, que se ve arrastrado por una incógnita enrevesada que se vuelve apasionante en su deconstrucción.

Desde luego que eventualmente cede a la tentación de la acción y al influjo innecesario de adrenalina, con algunas secuencias que le permiten a Neeson tronarse los nudillos. Se agradece el criterio con el que se las lleva a cabo -después de todo es un hombre de más de 60 años el que lanza los puñetazos-, misma credibilidad con la que se piensan los problemas reales que lo aquejan antes de subirse a su vagón. Vera Farmiga, Patrick Wilson, Jonathan Banks, Sam Neill, Clara Lago, Roland Møller y más acompañan al actor con participaciones al servicio de la historia. No hay roles memorables, pero cada uno juega para el equipo y hace su aporte a la buena confusión general. The Commuter no es Taken arriba de un tren, aunque sí se le pueden reconocer elementos de Non-Stop. Tiene un concepto simple que se complica conforme progresa la acción, mantiene el interés en forma constante y no revela sus cartas hasta el final, lo cual es un logro.

Es otra efectiva colaboración entre el irlandés y Collet-Serra, que antes que nada es otra demostración del talento del cineasta oriundo de Barcelona. Su carrera puede haber iniciado en forma poco promisoria –con House of Wax y Goal II-, pero desde entonces no hace otra cosa que evidenciar una curva ascendente de aprendizaje, afirmándose como un director constante que está listo para nuevos desafíos.

estrella35

 

 

 

 

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