Crítica de The Curse of La Llorona

Luego de ignorar las advertencias de una madre perturbada y sospechada de poner en peligro a sus hijos, una trabajadora social y sus propios hijos serán arrastrados a un tenebroso reino sobrenatural.

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The Curse of La Llorona no tiene demasiado con qué trabajar, así es que su corta hora y media de duración se hace extensa. Hay un rumbo conocido, predecible, con la variación de que el origen del miedo y las muertes se remiten a un espíritu propio del folklore mexicano. Ahí se acaba la innovación, con algo de inclusión y con una mirada superficial a la cultura latina. Fuera de eso queda una película prefabricada, que se destaca con esporádicos recursos ingeniosos a la hora de construir sus sustos.

No hay mucho misterio tampoco. Anna (Linda Cardellini) es una trabajadora social con demasiado en la cabeza. Acaba de enviudar, tiene dos hijos en edad escolar y no puede conciliar con tanta facilidad sus asuntos domésticos con los laborales. Está sobrepasada. Quizás por eso lleva a sus hijos en medio de la noche a una escena del crimen o no pregunta dos veces por las heridas que tienen en sus brazos, que ellos dicen son fruto de caídas pero son marcas del espíritu vengativo que ya entró en contacto con ellos. Quizás por eso, cuando hay enorme evidencia de que pasa algo sobrenatural -sea que hayan visto al fantasma o este los haya agarrado-, todos siguen como si nada. Un sustito y ya. Hay una hora y media de película que completar, si pedimos ayuda rápido no será más que un cortometraje.

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Ni hablar de lo visto, ni pedir asistencia inmediata. Dos tildes en las casillas del manual del buen terror como para poder tener justificación ilógica y permitirle al director Michael Chaves darse el gusto de asustar a la platea. O al menos de intentarlo, porque hay una cierta indefinición en el estilo que se quiere abrazar. Hay inventiva a la hora de diseñar los sustos, más allá de que el remate no funcione. Entiende que el rumbo que funciona es el de construir la atmósfera y el sostener la tensión, pero pareciera que abandona el proceso a medias y larga el jump scare para asegurar golpe de efecto. Allí donde James Wan muestra mayor control, él se apura. The Conjuring lleva al límite y logra aguantar un poco más, pone al espectador en tal estado de alarma que cualquier cosa sacude. Chaves también juega con esa expectativa, pero sin tanto pulso. Elige el ruido y el susto repentino de un fantasma que avanza con brazos estirados hacia la víctima, en lugar de algo más sutil y eficiente.

La ayuda eventualmente llega de la mano del Padre Pérez (Tony Amendola) –con una conexión al Universo de los Warren, con torpe referencia explícita a Annabelle– y del curandero Rafael, que se luce como el mejor personaje. Raymond Cruz, el recordado Tuco Salamanca de Breaking Bad, se divierte como este duro hombre de fe capaz de asistir a la familia, que también funciona como un necesario comic relief. Ellos dos, Patricia Velasquez o Sean Patrick Thomas sirven de contrapunto para Cardellini, que en los últimos años ha disfrutado de un resurgir de su carrera.

The Curse of La Llorona tiene un primer acto sólido, una buena fotografía como todo film del llamado Warrenverse y una buena cantidad de set-pieces bien construidas, que principalmente tienen como protagonistas a los niños (Roman Christou y Jaynee-Lynne Kinchen). En el auto, en la bañadera, en la pileta, se ve que el director entiende del género y puede construir unos buenos escenarios de terror. Quizás con un guion más sólido pueda demostrar mucho más –el de Mikki Daughtry y Tobias Iaconis tiene poco y nada que ofrecer-. No por nada Wan lo eligió como el director de The Conjuring 3.

4 puntos

 

 

 

 

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