Crítica de The Northman: Eggers se transforma en el gran cuentista de nuestra época

El director de The VVitch y The Northman regresa con su película más ambiciosa hasta el momento.

¿De qué va? Tras presenciar el asesinato de su padre a manos de su tío, el príncipe Amleth inicia una travesía bajo el juramento de vengar al rey que una vez lo amó, salvar a la madre que le arrebataron y matar al traidor que le sacó su reino.

Desde la penumbra de un bosque embarrado, el pequeño Amleth presencia cómo su tío, Fjölnir (Claes Bang), traiciona a su padre, Aurvandil (Ethan Hawke). Tras los rugidos de guerra, el pequeño lobo se escurre entre los árboles y escapa de los gemidos de su madre, Gudrún (Nicole Kidman), que es raptada por la misma mano que cortó la cabeza del Rey. En una canoa, el exiliado recita, con la mirada ida, un juramento que traza su destino: “Te vengaré, Padre. Te salvaré, Madre. Te mataré, Fjölnir».

Con este prólogo, Robert Eggers da inicio a un nuevo relato sobre cómo el Animal, hambriento de sangre y revancha, debe surcar su propio camino para transformarse en Hombre, dispuesto a ocupar el lugar que le fue arrebatado. Sin escapar a los aires de Hamlet, el director estadounidense nos ofrece una epopeya escandinava que, a pesar de su tradicional narración, decide ahondar en las vicisitudes que trae esta venganza por mano propia, de cómo aquel sentimiento de destrucción se transforma en la insoportable necesidad de salvar lo único que queda de humanidad.

Donde en The VVitch éramos testigos de una cabaña en el bosque y en The Lighthouse de un faro atemporal – ambos espacios rodeados por una naturaleza onírica, como ser los grandes pinos o la marea estrepitosa -, acá Eggers decide abrir los horizontes y llevarnos por varios escenarios, llenos de cumbres nevadas y verdes prados. Los diversos emplazamientos de cámara nos hacen espectadores tanto objetivos como subjetivos de los hechos, jugando constantemente con lo que el folclore nórdico y sus mitos tienen para ofrecernos. Desde visiones de Odín y sus Valquirias a enfrentamientos fantasmales dentro de cavernas polvorientas, el recorrido del Bear Wolf (Alexander Skarsgård) es un auténtico camino del héroe, aunque con un punto medio que decide cambiar las leyes del juego, fracturando tanto al personaje como su búsqueda predestinada. Ahí descansa tanto el diferencial como la frescura de este lienzo sangriento.

El apartado técnico, digno de encuadrar cada frame, se destaca no por la pretenciosidad de demostrar su poderío sino por acompañar la evolución de la trama en merced a lo que esta necesita para avanzar. La banda sonora, dirigida por Robin Carolan y Sebastian Gainsborough, con tonos estridentes y trombones escalofriantes, penetran en las escenas realzando lo que se ve en pantalla. El uso del CGI, tan delicado como imponente, es una gran muestra de cómo los recursos de esta índole, en manos correctas, pueden hacer estragos.

Con su tercer film, Eggers se transforma en uno de los cuentistas de las últimas décadas. Nos hizo participes del folclore inglés de siglo XVII acerca de los aquelarres, nos zambulló en la reinterpretación tanto de Prometeo y la búsqueda del fuego divino como en la aventura de Hansel y Gretel (2007) y la tragedia de Caín y Abel (Brothers, 2015). Hoy, de nuevo, logra llevarnos por un recorrido que destaca tanto por la interpretación de su mirada como la del espectador. Desde el barro de Midgard a la aurora boreal de Valhalla, el camino de Amleth se traduce como el resurgir de la Bestia entre los Hombres, y cómo el destino no es más que la obstinada decisión de seguir creyendo aquello por lo que se lucha, sin detenerse a contemplar las proezas accidentales, llenas de amor y bondad, que surgen durante este estrepitoso camino.

Ver una película de Eggers es como acurrucarse frente al fuego mientras las chispas se elevan hacia la noche y su voz nos adormece cálidamente.

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