Crítica de The Way / El Camino

Tom Avery es un famoso oftalmólogo que un día recibe una llamada desde Francia en la que se le comunica que su hijo Daniel ha fallecido en un temporal en los Pirineos. La última oportunidad de un padre para conocer a su hijo se convertirá en la primera oportunidad para empezar una nueva vida.

Debo admitir que tenía en cuenta que el actor Emilio Estevez, una de las bombas jóvenes de los años ’80, se había convertido en director, pero no fue hasta su quinto esfuerzo directorial, The Way, que descubrí la poderosa voz narrativa que tiene. El abordaje de esta historia tan simple como melodramática se presenta como la mejor manera de ganarse a la audiencia, con un cuento tan agridulce como inspirador.

Valiéndose de un punto de partida tan conocido como eficaz, Estevez pone a su padre en la realidad, Martin Sheen, al frente de esta historia en la que un hombre con una visión obtusa de la vida se pone en los zapatos de su fallecido hijo, una mente libre que muere mientras explora el mundo. Y no es sólo un viaje a cualquier parte del globo terráqueo, sino que la historia se centra en el famoso peregrinaje del Camino de Santiago de Compostela, mundialmente recocido por su peso espiritual y religioso. Así, este viejo cascarrabias tendrá tiempo para pensar en los dos meses que supone recorrerlo al completo, y además tendrá la posibilidad de descubrir que hay más mundo para ver de lo que inicialmente podía en su consulta oftalmológica.

El peregrinaje es iniciado con amargura por Tom, lo cual se intensifica al vislumbrar a su hijo de vez en cuando entre los peregrinos, momentos que estrujan el corazón y representan el sentimiento de congoja que carga el personaje. Afortunadamente, los secundarios son una delicia que contrastan apaciblemente con el carácter apático del protagonista: en orden de aparición, primero se encuentra el amigable gordinflón Joost de Amsterdam (un casi irreconocible Yorick van Wageningen, muy alejado de su oscuro papel en The Girl with the Dragon Tattoo) y le siguen la amarga Sarah de Canadá (Deborah Kara Unger) y Jack (James Nesbitt), el escritor de Irlanda. Este cuarteto supondrá un equipo con sus altos y bajos, pero al final del camino (ejem) sus personalidades se complementarán y terminarán su recorrido como una unidad inseparable.

Incluso cuando la película roza una duración de 2 horas, y por tramos El Camino puede parecer que traquetea, Emilio Estevez realmente sabe como conducir a su elenco; en el camino (juro que esta es la última referencia graciosa, lo prometo) quedan un par de golpes bajos pero el carisma transmitido por el elenco y su director es suficiente como para querer que este viaje no termine nunca. Particularmente, me dio pena despedirme de tan variopinto grupo de individuos.

El Camino no es una película que se regodee de su temática ni tampoco pretenda sermonear lo importante que es iniciar un viaje espiritual, simplemente es una historia sencilla contada con honestidad y buenas intenciones. Y películas así nunca pueden estar de más.

 

 

 

 

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Lucas Rodríguez

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