Crítica de The Whale

Brendan Fraser es la estrella de lo nuevo del director de Requiem for a Dream y Black Swan.

La gordofobia son todas aquellas prácticas, discursos y acciones que burlan, marginan, estereotipan, rechazan e implican la obstaculización o vulneración de los derechos de las personas bajo el pretexto de la gordura. Algunos médicos también lo describen como un sentimiento de repulsión hacia quienes sufren exceso de peso y se apartan de los patrones estéticos establecidos. Es curioso cómo esta palabra hace parte de la cotidianidad de miles de personas en el mundo, al tiempo de que son miles los que seguramente jamás habían oído o leído del tema. Sin embargo, es imposible no pensar en esta palabra al ver la nueva película del famoso director norteamericano Darren Aronofsky (Requiem for a dream, Noé, Black Swan, Mother!).

Adaptada de la obra teatral de Samuel D. Hunter “The Whale” o «La Ballena«, sigue a lo largo de cinco días a Charlie (Brendan Fraser), un hombre con obesidad, que nunca sale de su departamento en Idaho, trabaja como maestro virtual de inglés y su único contacto real con el exterior es a través de Liz (Hong Chau), su mejor amiga y enfermera, que además de llevarle comida chatarra, comparte una conexión muy importante con él. Charlie tiene una presión arterial de 238 sobre 134, y es evidente que sus días están contados. Después de una experiencia cercana a la muerte, decide intentar reconectar con su hija Ellie (Sadie Sink), una adolescente rebelde y grosera que lo odia por haberla abandonado en su infancia a ella y a su madre Mary (Samantha Morton), para escapar con Alan. Es la historia de un padre inundado por culpas, que intenta abrir sus heridas para sanarlas. Antes de morir, quiere hacer algo bueno por su hija.

Esta no es una película de redención, es realmente la historia de un hombre aislado por los límites de su cuerpo, que sufre por una herida moral y hasta espiritual (como seguramente diría Aronofsky) que se manifiesta en su cuerpo. Apenas puede ponerse de pie, su risa se convierte en tos, ha convertido su cuerpo en una prisión. Sin embargo, el problema no es que el protagonista sea obeso, sino que Charlie está resignado a dejarse morir; está atrapado, no solo en su casa o en los límites de su obesidad, sino en sus dolores y prejuicios, pero sobre todo en su derrotismo frente a la vida. Sus decisiones del pasado son una cárcel desagradable y violenta que limita su existencia hasta niveles de profunda angustia. El relato visual es claustrofóbico, el director de fotografía, el brillante Matthew Libatique, ilumina el apartamento de Charlie de una manera implacablemente oscura y tenue.

No se trata de un personaje simple, todo lo contrario, es un personaje complejo, es a la vez un hombre impulsivo, descuidado, que tiende a la tristeza y al aislamiento; y así mismo, un hombre culto, sensible, reflexivo, lleno de positivismo, humor y buenas intenciones. A pesar de esto, el guion evidentemente manipulativo, con simbolismos dolorosamente obvios, busca que sintamos, por un lado, lástima y compasión, pero también repulsión. Porque hay que reconocer que, en esta película, los elementos desagradables son un lenguaje, y existe cierta crueldad al retratar la obesidad, en particular, durante las escenas de comida. Aronofsky dirige a Fraser devorando pollo frito, pizza y sándwiches como si fuera una película de terror: potencializa el sonido húmedo de la boca de Charlie al masticar; utiliza música inquietante y lentos push-in. En el afán por señalar cómo la sociedad suele ser cruel hacia la obesidad, la mirada voyeurística de Aronofsky se siente irresponsable. Por un lado, muestra el cuerpo como un espacio violento, demoledor de cualquier esperanza y aspiración; por otro lado, reduce una compleja afección a un espectáculo grotesco y a una cuestión puramente moral y emocional que sugiere que todas las experiencias con la obesidad parten de un mismo punto (depresión, en el caso de Charlie), cuando, por supuesto, pueden existir muchos elementos involucrados.

¿Cuál es el propósito del director? ¿Normalizar ese cuerpo, o convertirlo en un espectáculo? En teoría, estamos destinados a sentir lástima por él, o al menos, encontrar simpatía por su situación física y psicológica al final de la película. Aunque en realidad, el ambiente general, es de fascinación morbosa. Ahí está Charlie, derribando una mesa auxiliar mientras lucha por levantarse del sofá; ahí está, metiéndose barras de chocolate en la boca mientras busca en Google: «insuficiencia cardíaca congestiva». Cuando pregunta, en más de una ocasión, si resulta asqueroso, se lo está preguntando al espectador, pero habría que interrogar al mismísimo Aronofsky sobre la cuestión, aunque al decidir presentar a su protagonista, masturbándose en el sofá, sudoroso y con restos de comida, parece obvia cuál sería su respuesta.

Sin embargo, desde el comienzo de la película, el primer acercamiento a Charlie es a través de su voz, es un sonido tan acogedor y resonante, lleno de decencia y humor, que es imposible no empezar a verla con simpatía y agrado por el protagonista. Y Brendan Fraser (lo mejor de la película), es capaz de construir una mirada sensible sobre un profundo dolor emocional. Es su actuación, la que hace posible que la película sea algo más que un desfile sórdido de escenas grotescas. En principio, parece que estamos ante otra actuación maximalista hollywoodense potenciada por maquillaje y prostéticos, pero Fraser, sobrepasa todas esas barreras estéticas para entregar una actuación absorbente, conmovedora y sutil que transmite calidez, compasión, tristeza y dolor, utilizando sus ojos y expresiones faciales. Fraser ha hablado sobre sus experiencias traumáticas y problemas relacionados al aumento de peso, y por ello, no es sorpresa que su empatía y respeto hacia el personaje de Charlie, se sienta auténtico.

Algunos visitantes interrumpen la soledad de sus días, principalmente Hong Chau como su enfermera y amiga de toda la vida, Liz. Aunque diferente en naturaleza, la actuación de Hong Chau alcanza los mismos niveles de excelencia que la de Fraser, con quien comparte una enorme química. Sus escenas conllevan una potente carga emocional, y las actuaciones, transmiten el dolor de sus personajes sin necesidad de exposición. Sin embargo, el resto de los personajes dejan mucho que desear, parecen estar únicamente para observar la muerte de Charlie, y en el camino, redimirse a ellos mismos, encontrando su propia verdad, como si el protagonista no fuera más que un mártir dispuesto para el usufructo de los demás.

Yo no creo que fuera una película malintencionada, genuinamente creo que Aronofsky intentó sacar la mayor humanidad de un personaje complejo y que pretendía hacer una exploración poética del sufrimiento de un hombre que decidió darse por vencido. En las escenas, es evidente que Charlie come por rabia, por pesar y sobre todo por el dolor emocional que lleva padeciendo por décadas. Este es un dolor complejo, más profundo, menos molesto a la vista, y sin embargo, más difícil de tolerar para una gran parte de la población con una gordofobia interiorizada. La película sí quiere que los espectadores veamos más allá del cuerpo del protagonista, pero lo hace al tiempo que retrata al cuerpo obeso de manera irrespetuosa y desagradable. ¿Qué formas hubiera adquirido la película de Aronofsky si, en lugar de disfrazar a Fraser, hubiera tenido que negociar con un actor con cuerpo obeso de verdad? ¿Hubiera podido decorarlo a base de capas a su gusto, o hubiera sido más respetuoso y cuidadoso en cómo retrataba su cuerpo? ¿En un mundo que ya es cruel con los cuerpos no normativos, era necesario un tono de tanta tragedia? No lo creo. Recomiendo precaución al ver esta película para las personas que sufren algún TCA.

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