Crítica de Un Homme Pressé / Un hombre en apuros

Alain es el CEO de una importante automovilística, sus días están cargados y no para un segundo, pero un ACV lo obligará a replantearse todo y aprender desde cero a vincularse con las personas. Un Homme Pressé (Un Hombre en Apuros) es una comedia francesa sin mucho para decir, que cae en lugares comunes y sólo se destaca por la actuación de su protagonista.

Un personaje que, a raíz de una afección, aprende a vivir de nuevo. Pasa de ser un hombre duro, seco, distante a ser una persona encantadora, preocupada e involucrada en la vida de quienes lo rodean. Hervé Mimran dirige esta película plagada de clichés a los que este tipo de historias suelen recurrir. La emotividad es innegable, pero es tal el esfuerzo que hace para llevar al espectador a ese lugar que resulta tedioso.

Fabrice Luchini es quien le da vida a Alain y su interpretación es realmente buena. Luego de sufrir el ACV, pierde parte de la memoria y no puede hablar correctamente, lo que implica tener que trabajar con Jeanne (Leïla Bekhti), una fonoaudióloga. Pero esto no sólo lo ayudará a recuperar las facultades perdidas, sino también -por algún motivo-, a convertirse en mejor persona. También, intentará recomponer la relación con Julia (Rebecca Marder), su hija. La película avanza como se espera que lo haga, no hay grandes sorpresas ni desarrollo de los personajes, algún que otro arco de los secundarios pero nada muy bien logrado.

Un hombre en apuros es una película que intenta dar un mensaje de vida pero recae en frases hechas, tramas predecibles y el resultado es evidente y poco memorable. Un simpático film que cuesta recordar después de unos días.

 

 

 

 

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