Game of Thrones – Recap 08×04: The Last of the Starks

La Batalla de Invernalia se terminó y comienza un nuevo capítulo para Poniente.

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No era tarea fácil volver al juego de tronos una vez terminada La Gran Guerra, pero eso es lo que se propuso lograr este nuevo episodio de Game of Thrones, uno bien dedicado a las mujeres de la serie –para bien o para mal- y que tuvo su buena cuota de despedidas.

The Last of the Starks dio un solemne y digno cierre a The Long Night. Dedicó sus primeros minutos a un funeral que empezó en forma íntima, con Daenerys llorando sobre el cuerpo de Jorah –sin que se escuchen sus últimas palabras- y con Sansa lamentándose por la muerte de Theon, quien deja la Tierra con el sello de la Casa Stark. Esta intimidad del contacto personal da pie a un plano abierto en el que se muestra que son decenas de piras grupales, para quemar a los miles de muertos que dejó el episodio final. El discurso de Jon Snow en honor a los caídos todavía resuena en las paredes de Invernalia, en donde todo es tristeza. Eso cambia una vez que Daenerys, en otra muestra de su astucia –algo que brillará por su ausencia más avanzado el capítulo-, reconoce a Gendry como hijo legítimo de Robert Baratheon y heredero de Bastión de Tormentas, lo que da pie a la celebración y a que el vino fluya.

Y la escena se convierte en el ejemplo perfecto del rumbo que empezó a tomar el show en esta última temporada. De inmediato se empieza a indagar en el estado mental de la Madre de los Dragones, que ve a su Mano fraternizando con el «enemigo» y a Jon Snow celebrado por salvajes y norteños de una forma que ella nunca experimentó desde su llegada a Poniente. Solo un Rey o un loco se sube a un dragón. Jon lo hizo. Ella lo hace desde antes. Y sin embargo nadie la festeja, de hecho su mandato se ha visto jaqueado desde que puso un pie en el Norte. Ella quiere que todo vuelva a ser como antes de que Jon se hubiera revelado como Aegon. En forma egoísta le pide que no revele su identidad, que se guarde el secreto, que vivan su amor y así gobiernen juntos. Con ella como Reina. Él no quiere gobernar pero se debe a la verdad, como siempre lo ha hecho. A ella se la fuerza a arrastrarse y rogar. Se la ve afectada y se la obliga a cometer errores que no le son propios, que son ajenos al desarrollo de su personaje. La serie elige tomar atajos que no le sientan. Forzar a los hombres que enfrentaron a la Muerte a adentrarse de inmediato en otra batalla, no es algo que haría la Rompedora de Cadenas.

La brújula moral de Jon siempre es clara y revela la  verdad a Sansa y Arya, aunque los realizadores eligieron privarnos de sus reacciones. Las dos juraron guardar el secreto, pero Sansa es una digna aprendiz de Meñique y de Cersei. Entiende mejor que varios el juego de tronos. Sabe que la pieza de información que recibió es incendiaria. Y sabe a quién decírsela como para que cobre vida propia. Tyrion compartirá el secreto con Varys, la maquinación política está otra vez en marcha y Game of Thrones siempre es mejor cuando eso sucede. La Araña tiene más en claro lo que hay que hacer. Jon es más medido, tiene el amor de la gente, es un héroe de guerra. Es un Targaryen y un Stark, lo que mantendría al Norte dentro de los Siete Reinos. Y es hombre. El show nos preparó para que una mujer se siente en el Trono de Hierro, pero todo es más fácil con un hombre.

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Y las cosas se facilitan todavía más gracias al rumbo que tomó el arco de Daenerys, en camino a convertirse en la Reina Loca. La historia se repite. Afectada como puede estar, convenientemente se ignora otra vez cualquier tipo de lógica estratégica para la guerra. Nuevamente se elige olvidar que hay una Flota de Hierro que ya emboscó a sus soldados una vez. Pero así se logra un golpe de efecto fenomenal con la caída del dragón, la destrucción de los barcos –con una secuencia atada a Tyrion- y la captura de Missandei. Daenerys, que ha visto morir a uno de sus hijos, a su querido consejero Jorah, que ve su reinado amenazado desde el frente enemigo y entre los aliados, ahora pierde parte de su flota, a otro hijo y a su mejor amiga. Suficiente para enloquecer a una persona. Pero el apuro de la temporada no favorece el desarrollo del personaje. Ni hablar cuando se cometen torpezas como para poder justificar dicho cambio de mentalidad. Cersei, la villana, es la verdadera estratega. No se nos permite adentrarnos en su estrategia, pero evidentemente tiene una y logra superar al bando de los buenos una y otra vez. Ella también sufrió, pero no pierde la frialdad que hace falta para llegar al mando y conservarlo. La actuación de Lena Headey es excelente. Una mirada necesita para transmitir todo. Sabe que no hay vida para ella si se rinde. Es a todo o nada. Por alguna razón decide matar a la amiga fiel de la Madre de los Dragones. Golpe de efecto más que lógica. «Dracarys» dice Missandei antes de perder la cabeza y confirma algo que Daenerys ha sabido desde siempre. Hay que quemarlo todo. Romper la rueda implica destruirla. Tyrion siempre encontró la forma de convencerla para que regule su temperamento. Pero ahora no hay vuelta atrás.

En el medio del episodio pasa mucho más, no todo positivo. Dos corazones se rompen. Gendry Baratheon, recientemente nombrado, busca a Arya y le propone casamiento, que ella sea la dama de Bastión de Tormentas. Por alguna razón durmió con él. Por alguna razón se decidió que ella siempre había estado enamorada de él, cosa que no se había demostrado en temporadas anteriores. Pero ella no es ninguna dama, lo sabemos desde el primer capítulo. Y declina la propuesta. Otra vez se junta a Sandor Clegane, que como he dicho es una de las mejores duplas que ha dado la serie, y ahora marchan de regreso hacia Desembarco del Rey. Los dos todavía tienen ojos que cerrar para siempre. Y el segundo corazón es el de Brienne de Tarth. Ella y Jaime… ¿Qué necesidad había? Lo platónico de ese vínculo se convierte en una relación sexual total. Jaime tiene la oportunidad de ser feliz junto a ella, pero ni bien escucha las novedades de Cersei, sale otra vez a buscarla. Siempre fue Cersei. Quizás él haya aprendido y esta vez vaya a tratar de matar a la Reina. Pero Brienne termina llorando desconsolada. Por un hombre. Una imagen desgraciada para semejante mujer.

Bronn y su ballesta. Siempre es bueno escuchar al mercenario de Jerome Flynn, pero la escena indudablemente desentonó. Invernalia necesita mejores guardias, es evidente. La amenaza a Jaime y Tyrion es bien real. El hombre se vende al mejor postor, lo dejó en claro desde su primera aparición. Y si bien tiene una “amistad” con los dos hermanos Lannister, siempre se preocupó primero por él. No da un paso adelante si no hay una bolsa de oro atrás. Le ofrecieron Aguasdulces por sus cabezas. Y Tyrion, que siempre ofrecerá el doble, propone darle Alto Jardín para mantenerla sobre su cuello. Parece que La Mano de la futura reina puede hacer ese tipo de promesas. Y Bronn, así sin más, la acepta.

Afortunadamente el peso excesivo de Jon Snow hizo que no se fuera a bordo de Rhaegal –hubiera terminado en el fondo del océano-, con lo que también hubo despedida de grandes amigos. Tormund se vuelve con los salvajes más allá del Muro. Sam y Gilly esperan un niño y hay un adiós con el mejor amigo que ha tenido. También con Ghost, que ahora se va con Tormund, aunque no se pudo dedicar el presupuesto como para que Jon le de siquiera una caricia, una apropiada despedida a tan fiel compañero.

Celebro la vuelta del juego de tronos. Era difícil y lo sacaron adelante. La jugada maestra de Sansa puso en marcha algo imparable. Pero hay un apuro que no favorece el desarrollo de una serie que siempre se tomó su tiempo para avanzar, porque eso es lo que eventualmente produce que el golpe sea duradero y no efectista. Se hizo una estrategia a largo plazo y en esta última temporada parece que no hay otra más que avanzar rápido y a los tumbos. Nunca hay plan. Tenemos dragones. Tenemos soldados. No hace falta pensar. Si pensamos, harían falta más episodios y solo quedan dos para el final. Y el próximo promete una nueva batalla épica.