Tár: pase Maestro, lo estábamos esperando

La película que impulsa a Cate Blanchett hacia su tercer Premio Óscar.

Ante un público que no para de aplaudirla tras las distinciones que el periodista de The New Yorker anticipa sobre su entrevistada, Lydia Tár (Cate Blanchett) ofrece una interesante charla con el anfitrión sobre el rol del director de orquesta, la importancia del movimiento de brazos que tiene el Maestro –nominalización que también tiene presencia respecto a la perspectiva de género- y las musas de la artista que la posicionaron entre las más destacadas del circuito musical.

Dicha entrevista inicial sirve como parámetro y posicionamiento –junto a una dudosa inexorable presentación de la protagonista- de lo que vemos en Tár, la nueva película de Todd Field, que retrata la ficticia vida de la compositora de música clásica. Con una narrativa espesa, el director sigue la historia de la implacable directora, atravesando sus demonios internos, su búsqueda de la perfección y los conflictos que van más allá de su trabajo, aunque en la perspectiva de la propia Lydia todo va por el mismo camino.

Sin embargo, cabe destacar que si bien el proyecto goza de retazos de película biográfica – todo creado en la mente del realizador, quien también escribió el guión- igualmente alberga temáticas no necesariamente relacionado a lo personal, sino que la cultura de la cancelación y la disyuntiva sobre la separación del artista y su obra están acentuadamente expuestas, no sólo sobre la propia protagonista sino tomando otros ejemplos. Lo interesante del trabajo de Field se basa en que el tratamiento se evidencia tanto en la trama como también en escenas específicas de una técnica destacadísima, con un plano secuencia de Tár con un alumno sobre la vida personal de determinado músico como máximo exponente.

Tomando en cuenta el ambiente en el que se maneja la protagonista, demás está decir que la cuestión musical es uno de las piezas fuertes –y necesarias- de la producción. A través del trabajo de Hildur Guonadóttir, los instrumentos son claves en la construcción del ambiente y nos adentran en el universo para que al parecer tener sólo ojos la mujer. Sin embargo, llama positivamente la atención que no es invasiva ni continua para remarcar todo el tiempo las vivencias en el conservatorio, sino que también evidencia que el silencio es salud; componente fundamental que ayuda a adentrarnos en la mente del personaje de Blanchett, algo similar que vimos anteriormente en El prófugo, respecto al sigilo como herramienta complementaria a lo proyectado en pantalla y que se hace muy notorio para ella. Otras cuestiones también permiten enriquecer la narrativa construida por el director, como la fotografía grisácea donde no abundan los colores.

Field decide desarrollar la historia de manera paulatina, y que la neblina construida no desaparezca por una ráfaga, sino que se vuelva cada vez más opaco, sin caer en abstracciones. Es decir, se puede observar el progreso a cuentagotas y sin faltarle el respeto al público, pero decide tomarse el tiempo para ir incursionando en los aspectos del personaje, que a lo largo de los ciento cincuenta minutos de duración las problemáticas se van destapando y lo interno se exterioriza a medidas incalculables. La primera escena pasa por un extenso reportaje con concepciones complejas hasta el tercer acto que evidencian el momento de la directora son pautas de la marca del realizador al proyecto.

Entre sus múltiples premiaciones, en una de la que más logró levantar las estatuillas y que la posicionan como ganadora en la 95° edición de los Premios de la Academia es la de protagonista femenina; justificadísima por la labor de Blanchett. Más allá de los logradísimos atributos técnicos de la producción, poco tendría sentido sin la interpretación de la australiana, quien logra trasmitirnos todas las inquietudes y perspectivas de la directora de orquesta y las diferentes facetas que atraviesa el personaje tanto en el ámbito privado como en el público sumado a sus líneas complejas que ejemplifican el temple de su figura. Todos los focos apuntan a ella, más allá de un reparto que acompaña, pero que no cuenta con espacio para sobresalir dentro del drama –y que no es necesario, el título del film lo aclara-, a pesar de alguno resalto de Noémie Merlant y Sophie Kauer.

La construcción del director sobre el aura de la protagonista tiene como consecuencia un arribo al climax tarde y con un tercer acto que parece alargado –algo de lo que parece caracterizar a algunos de los proyectos destacados del año-, que puede generar rechazo dependiendo el público. Sin embargo Tár posee características muy sobresalientes en el plano técnico y narrativo, que la justifican entre las mejores del año.

Ignacio Pedraza

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