Crítica de Guerrero de Norte y Sur

Facundo Arteaga es un bailarín de malambo que ya pasó la barrera de los 35 años. A pesar de sus lesiones y falta de tiempo, intentará por última vez consagrarse en el Festival Nacional de Malambo; donde, irónicamente, quien sale campeón no puede volver a competir nunca más.

Facundo Arteaga zapatea con pasión. Entre sus quehaceres cotidianos –clases de baile, atender a su familia, el trabajo en el campo-, se prepara para competir una vez más en el Festival Nacional de Laborde, el súmmum para un bailarín de malambo. Entre los ganadores de dicho evento hay una regla tácita, un código inquebrantable. Coronarse campeón implica no volver a competir en esta danza tradicional, por el resto de su vida. Una vez campeón, se es campeón por siempre. No hay que defender la corona. Llegar al olimpo es quedarse en él. La gloria supone una renuncia personal, pero una vida en el podio lo vale. Y eso lo entiende Facundo, que una vez más va por el campeonato.

Guerrero de Norte y Sur es un documental que lo sigue en su preparación para la competencia, la que pretende ganar y con una sonrisa aceptar lo que supondría el final de su carrera. Mauricio Halek y Germán Touza buscan hacer un retrato sobre la vida y entrega del malambista y, para ello, encuentran un personaje ideal en Arteaga, un hombre que ya no estaría en la plenitud física que el baile requiere –se habla de una barrera de los 35 años- pero que igual busca una vez más ese elusivo triunfo. «No se dio», manifiesta con resignación al momento de expresar que fue tres veces subcampeón. El oriundo de La Pampa estuvo en tres oportunidades al borde de conseguir su máximo logro profesional, uno que al mismo tiempo acarrea el retiro.

El documental, de corte tradicional y la duración justa, nos adentra en este terreno del malambo a nivel competitivo, lo que allí se vive, la camaradería, el esfuerzo, las lesiones. No hay más que Facundo y el malambo, tampoco se lo necesita. Bastante similar a lo que Santiago Loza hizo con Malambo: El Hombre Bueno, aquí se sigue a un bailarín que quiere volver a competir después de algún tiempo fuera de las canchas, que necesita arder una vez más arriba de los escenarios e inmortalizar su nombre en el libro de los grandes, a sabiendas de que lo máximo que podrá aspirar a futuro, en el terreno de un certamen, es a entrenar a otro.

Está decidido y los directores pueden transmitir ese fuego, el cual se aviva con las declaraciones del protagonista, otro hombre bueno que tiene siempre la palabra justa. La cámara lo sigue en sus prácticas, corre detrás de él mientras entrena. Se detiene en los momentos de baile y deja que él se luzca, con movimientos leves, sin demasiado vigor, y algunos primeros planos que enaltecen todo ese talento. Lo mismo hace la gran música original de Manuel Schaller y Lucio Mantel, que se nota en todo momento pero sin invadir, cargando de sentimiento todo aquello que este guerrero de Norte y Sur realiza. Su danza es un arte y se lo trata como tal, sea en su hogar, en un galpón o arriba del escenario más importante de su vida.

7 puntos

 

 

 

 

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