Critica de El Olvido que seremos: la visión idealizada de un niño por su padre

Es lo último del español Fernando Trueba.

¿De qué va? Narra de manera íntima la historia de un hombre bueno, el médico colombiano Héctor Abad Gómez, carismático líder social y hombre de familia, un destacado médico y activista por los derechos humanos en el Medellín polarizado y violento de los años 70.

En 2007 el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince público el libro «El olvido que seremos», un drama biográfico sobre la vida de su papá, su relación con este y su asesinato a finales de los ’80. Años después el español Fernando Trueba -ganador del Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 1993, con Belle Époque– dirigiría la adaptación homónima con una excelente actuación de Javier Cámara como protagonista. A pesar de las complicaciones de su estreno debido a la pandemia, la misma obtuvo varios premios internacionales, fue galardonada con un premio Goya en la categoría de mejor película iberoamericana en marzo de 2021 y recientemente fue seleccionada como la mejor película iberoamericana en los premios Platino de cine iberoamericano. La producción, que estuvo pocas semanas en los cines colombianos, fue estrenada vía Netflix a finales de septiembre.

La historia narra la vida de Héctor Abad padre e hijo, haciendo especial énfasis en la infancia de este y de su relación, así como las luchas sociales de su padre en un problemático y violento contexto colombiano. Es pertinente tener en cuenta que la película no pretende hacer en ningún momento una explicación exhaustiva, profunda o siquiera básica del panorama social del país y quienes estén esperando eso quedarán decepcionados. El contexto político es algo que atraviesa y afecta a los personajes pero que el director no se molesta en explicar; para la audiencia colombiana puede ser suficiente, sin embargo, difícilmente lo será para alguien que desconoce la historia de violencia del país.

Así más que una narración histórica o de una producción biográfica, podríamos describirla como la visión idealizada de un niño por su padre. Y es que la película es realmente una épica de un padre y un hombre bueno; escena tras escena resulta obvia la intención del director porque empaticemos y entendamos la admiración y afecto que siente hacia su progenitor, a quien ve como un ser bondadoso, cariñoso y fiel a sus ideales hasta el final. En una entrevista Trueba afirmaba que ese era su objetivo: crear un personaje heroico y sencillamente bueno y, si bien entiendo su decisión, considero que terminó por exagerar, creando situaciones un poco irreales o cortadas que se resolvían mágicamente con la bondad y caridad de Abad. De alguna manera este exagerado y reiterativo énfasis por las cualidades del papá generó que múltiples personajes secundarios aparecieran únicamente para remarcar estos atributos, sin aportar realmente nada a la trama. A pesar de ello, para el final del segundo acto, el director ha obtenido lo que quería, ha logrado retratar la relación y el amor que sienten padre e hijo y las angustias familiares que les acontecen, enterneciendo al espectador a partir de momentos emotivos bien logrados.

Sin embargo, mi principal crítica a la película ocurre tras finalizar esta secuencia. Tanto el director como David Trueba, guionista y hermano del director, tomaron la decisión de mantener la linealidad del libro y para hacerlo alternaron entre escenas en blanco y negro que presentaban el presente de los protagonistas e imágenes a color cálidas de la infancia, para marcar la diferencia temporal. Sin embargo, el tercer acto inicia y no es claro en qué momento de la vida de los protagonistas nos encontramos. Tan explícito es el problema de la narrativa temporal que se ven en la necesidad de repetir de manera abrupta y exacta las escenas del inicio, entorpeciendo tanto el ritmo como la conexión con los personajes. De tal manera, todo ese último acto se siente desconectado, incompleto, apresurado y confuso, lo que es una lástima pero que sin embargo no logra quitarle mérito a tal vez lo mejor de la película: el final. A pesar de la pereza narrativa previa, las últimas escenas logran conmover profundamente. Los actores, la edición y el guion brillan de manera ejemplar logrando retratar el dolor profundo de la perdida injusta ante la violencia y permitiendo que resuene la pregunta «¿cómo se puede matar a alguien tan bueno?» No hay respuesta que valga para un país que carga con más de 9 millones de víctimas.

estrella3

 

 

 

 

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