Crítica de Beirut

Mason Skiles es uno de los diplomáticos más importantes de Estados Unidos, que abandonó el Líbano en la década de los '70 tras un trágico incidente. Diez años más tarde, la CIA lo llama de vuelta a un Beirut devastado por la guerra con una misión que sólo él puede cumplir.

Beirut es un film atrapado en el tiempo. Seguro, tiene talento de sobra detrás y frente a cámaras, pero está tan conforme de sí misma en evocar los thrillers de espías de hace unas cuantas décadas que se olvida de actualizar sus partes a los tiempos que corren, volviéndola una película prescindible y aburrida.

Con un prólogo tenso y angustiante, lo nuevo de Brad Anderson (Session 9, The Machinist) tiene como protagonista a Mason Skiles (el siempre dispuesto Jon Hamm), un diplomático norteamericano asentado en el Líbano que, tras la sospecha de que un refugiado bajo su techo puede o no estar involucrado con los atentados en los Juegos Olímpicos de Münich de 1972, lo pierde todo en una noche y es obligado a dejar la ciudad atrás. Diez años después, con su carrera acabada y un alcoholismo furioso, Mason es puesto entre la espada y la pared a volver a su pasado para salvar a un viejo amigo que dejó atrás.

El personaje atribulado y atacado por sus fantasmas es un papel que a esta altura conocemos muy bien, pero que le viene como anillo al dedo a Hamm para demostrar una vez más sus dotes dramáticas. Con eso no hay inconveniente alguno, y hasta es uno de los alicientes del film. Tampoco hay problemas en el guión del grandioso Tony Gilroy (la saga Bourne, Michael Clayton) o la loable dirección de Anderson. Bueno, podemos culpar un poco a la historia de Gilroy, quien trenza «una de espías» como las de antaño, pero con tantas idas y vueltas que el espectador termina por perderse en la maraña de traiciones y revelaciones durante las dos horas de metraje.

Y está perfecto que Beirut sea complicada. Hoy en día hay tantos blockbusters con tramas fáciles de seguir colmando las salas de cine que es para aplaudir que un thriller para adultos llegue hasta la cartelera o, en el caso local, aterrice en Netflix. Pero la historia de Miles y compañía se pasa de lista y aplasta con su intrincado argumento y su escasez de escenas de acción para aderezar una trama que involucra varias reuniones de personajes hablando, hablando y hablando un poco más. Hace 30 años hubiese sido una maravilla, hoy atrasa y no aporta nada a la causa, ni tampoco a una discusión posterior sobre el estado de la crisis en Medio Oriente. Y no me hagan empezar con el desperdicio de secundaria que acá interpreta mi adorada Rosamund Pike (la letal Amy Elliott Dunne de Gone Girl), una actriz que le aporta todo a un papel totalmente reemplazable por cualquier actriz del medio.

Beirut es de esas películas que uno deja de fondo un domingo sin mucha actividad. Al llegar al final, las pocas sorpresas que depara el film la habrán acercado a una línea de llegada muy convencional, que aglutina al thriller de suspenso junto a otras compañeras de género para acumular polvo durante los años venideros.

 

 

 

 

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Lucas Rodríguez

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