Crítica de By the Sea / Frente al mar

Roland y Vanessa llegan a un tranquilo y pintoresco hotel en la costa de Francia en la década de los \'70, con su matrimonio en aparente crisis. A medida que pasan tiempo con otros viajeros y gente local, la pareja comienza a ponerse de acuerdo con los problemas sin resolver en sus propias vidas.

Han pasado 10 años desde que Angelina Jolie y Brad Pitt compartieron pantalla en la pasable Mr. and Mrs. Smith, incendiando Hollywood a su paso con su flamante amorío, devenido en el nacimiento de una de las parejas más resonantes del medio en los últimos tiempos. El regreso por la puerta grande de la dupla a los cines debería agitar las aguas una vez más, pero en By the Sea dichas aguas están demasiado mansas, con una historia tediosa y prolongada, con chispas pero no las suficientes para reiniciar otro fuego que arrase a la Meca del cine una vez más.

Mucho se ha dicho de que la tercera incursión de Jolie como directora -y su segunda como guionista- es un proyecto vanidoso, una oportunidad para saciar las ansias expansivas de la actriz para luego en un futuro tenerla conforme y flexible para otras propuestas. Luego de ver las extensas dos horas de metraje, se puede decir que si, es un capricho de la actriz que no resulta muy relevante en algunos aspectos, pero a su vez es una pequeña obra de arte desde lo técnico.

Angelina está claramente inspirada en films de hace treinta o cuarenta años, donde una localidad exótica era el fondo perfecto para un drama de parejas. El escenario acá es la costa de Malta, un hotel donde el escritor americano Roland y su mujer ex-bailarina Vanessa llegan para disfrutar de la tranquilidad y ayudar al primero en la escritura de su próxima novela. Detrás de la hermosa fachada de la pareja se esconde un pasado que tarda su debido tiempo en salir a flote, pero eventualmente llega a la superficie. Él hace buenas migas con el agradable cantinero -un sobresaliente Niels Arestrup– que lo mantiene entretenido y con alcohol listo todos los días; ella se la pasa leyendo y tomando pastillas en la habitación del hotel, viendo como un pescador realiza su rutinario ida y vuelta hacia el mar. Es todo muy repetitivo hasta que el arribo de una joven pareja de recién casados agita la poca calma que los protagonistas tienen.

Apasionados y sin tapujos, Léa y François –Mélanie Laurent y Melvil Poupaud– son todo lo que Roland y Vanessa han perdido con el tiempo, pero a su vez la diferencia hará que sus actividades extracurriculares acerquen a la pareja en crisis mediante un conector bastante particular, que pierde su sentido si es revelado aquí mismo. Este desarrollo de la trama entrega lejos las mejores escenas de la película, donde la química de Jolie y Pitt resurge con fuerza una vez más, para luego apagarse poco a poco. No es misterio alguno que la dupla ahora tiene una vida de casados mucho más tranquila de lo que fueron sus comienzos, y esa calma matrimonial se filtra hacia sus contrapartidas ficticias. Por un lado, esa relación de comodidad ayuda a transmitir los pesares de Roland y Ness, pero por otro lado esa misma comodidad genera un estado soporífero difícil de remontar.

Jolie y Pitt se miran, se tocan, se insultan, se adoran en silencio. Tienen presencia en pantalla, pero son una cáscara brillante a una historia que se ha contado muchas veces, y mejor. La fotografía de Christian Berger y la suave música de Gabriel Yared ayudan a darle un acabado precioso a la mano de Jolie como directora, pero en definitiva es un plato apetitoso que a las horas de haberlo terminado genera hambre de algo más sustancioso.

 

 

 

 

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Lucas Rodríguez

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