Crítica de Delirium

Cansado por la rutina de su trabajo en un kiosco, Federico busca despertar en sus amigos la llama interna necesaria para llevar a cabo un cambio en sus vidas. Él cree descubrir que una de las mejores vías para lograr dinero rápido es una película. Sólo necesitan a una estrella que les asegure una recaudación récord. Ricardo Darín es sin duda su hombre.

Una curiosa conexión comparten Delirium y otra película que se estrena el mismo día, Perdida: ambas comienzan y terminan con la misma escena. Aunque retrabajadas desde otra óptica, el comienzo y el epílogo son postales del inicio y el final de un viaje. Sé que la comparación es mezquina y demasiado amplia, pero ahí donde Gone Girl supo hacer pasar mucha agua bajo su puente en 149 minutos, Delirium poco y nada tiene para ofrecer en sus 85 minutos, más que una buena idea y una pobre ejecución.

Exponiendo un claro ejemplo de la picardía argenta, tres amigos inseparables cansados de la rutina diaria del trabajador cotidiano -y trabajador entre muchas comillas, ya que uno solo de ellos tiene un trabajo estable- se lanzan a la carrera de dirigir una película que los haga ricos de una vez por todas. Tras un gran puñetazo a la industria fílmica nacional en un chiste que funciona pero se va desinflando poco a poco por su extensión, el trío no tiene mejor idea que utilizar la fama de Ricardo Darín, consagradísimo actor que tiene el toque de Midas en cuanto largometraje protagonice. Ver a un Darín distendido es la mejor basa que tiene Delirium, un elemento que juega a su favor desde el momento que el actor entra en escena, pero que pierde en consistencia en cuanto a todo lo demás se refiere. Miguel Di Lemme, el desacatado Emiliano Carrazzone y Ramiro Archain, con sus morisquetas continuas, integran un trío de amigos que convence y resulta fresco, pero el guión y la dirección de Carlos Kaimakamian Carrau hacen que todo el delirio que se propone se torne agridulce con el paso de los minutos.

La trama, que comienza como una comedia picaresca pera devenir en una con toques de humor negro, genera algo extraño: las escenas humorísticas tienen un ritmo in crescendo, el espectador es cómplice de la risa, pero la carcajada nunca llega. Situación similar a un surfista en la cresta de la ola, que cuando está por rematar su movida, se cae al agua. Lo mismo le ocurre al film, en su mejor momento, flaquea y abandona su cometido. Es una de las falencias más graves del director: teniendo potencial, y más aún presentando una situación donde el país está al borde del caos absoluto, para luego diluirse en la idea de delirio que propone el autor, es poca retribución para el espectador que hizo un pacto con la situación de descontrol propuesta.

Un vestigio de lo que pudo llegar a ser, Delirium es una comedia con geniales ideas pero que se queda muy atrás de las expectativas que genera, aunque muestra otra cara de Darín que da gracia presenciar. Aún así, dudo que su toque de Midas logre generar buenos dividendos para ella.

 

 

 

 

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Lucas Rodríguez

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