Crítica de Elvis: historia de un poseído atemporal

La nueva película de Baz Luhrmann brilla por encima de los demás biopics musicales.

¿De qué va? Desde su niñez hasta sus últimos días, Elvis Presley lucha por ser aquella figura anárquica que revolucionó una época mientras su representante, Tom Parker, y toda una sociedad busca rebajarlo a su mínima expresión.

Memphis, Tennessee. Un joven Elvis lee su tira de historietas, obsesionado por los superhéroes que aparecen en ella. De fondo, un canto coral, estruendoso y vibrador. Como si el mismo destino tocara a su puerta, el pequeño sale corriendo para infiltrarse en la carpa de donde proviene semejante música. Dentro, Elvis se ve envuelto en un show que despliega un arcoíris de sentimientos, en dónde las palabras se transforman en canto y un espíritu lo posee para transformarlo en el superhéroe que siempre quiso ser.

Apoyándose en la estructura de la biopic tradicional, Baz Luhrmann, que escribe junto a Sam Bromell y Craig Pearce -este último también guionista de Romeo + Julieta, Moulin Rouge y El Gran Gatsby– le da su toque distintivo con una planificación que roza lo teatral y lo espectacular al mismo tiempo. Con una banda sonora que refuerza la influencia de Presley en la música contemporánea, reversionando temas originales a mano de Doja Cat, Diplo, Kacey Musgraves y hasta Eminem, Luhrmann nos zambulle en una montaña rusa tan colorida como emocional de forma inteligente y prolija, sin perderse en lo fastuoso.

La historia, que atraviesa desde las primeras producciones en Sun Records hasta las últimas presentaciones en Las Vegas, se dedica a presentarnos de forma muy minuciosa un contexto cultural que influye directamente en el accionar del protagonista y sus decisiones.

Corriéndose de las secuencias meramente expositivas, carentes de conexión entre sí y sin ninguna otra intención que representar de forma calcada una época, tal como se vio en Bohemian Rhapsody (2018), el guion de Elvis se preocupa tanto por sus personajes como por el espacio que los rodea, logrando un relato que evoluciona a merced de los lugares que visita como de los múltiples personajes que influyen en la vida del Rey del Rock and Roll.

Teniendo como base la relación conflictiva entre Elvis (Austin Butler), el chico que sueña en ser un superhéroe con sus meneos lascivos, y el Coronel Tom Parker (Tom Hanks), el hombre que ve negocios hasta en la más mínima oportunidad, la película nos presenta un viaje agridulce, en donde la balanza entre lo que el músico quiere ser y el representante necesita que sea, está en desequilibrio todo el tiempo.

La lucha racial presentada durante gran parte del filme se aleja de la corrección política para justificarse como parte de la caracterización del protagonista, mostrada en sus orígenes en las viviendas comunales de Memphis como también en su recurrente frecuencia a los bares de blues durante su carrera profesional. Su pelvis y movimientos pornográficos no son más que la demostración de ese pueblo natal y esa música, prohibida ante los ojos de los puristas, que lo poseyó y lo convirtió en la cara de algo nuevo, y por ende censurable. Cuando se lo cancela al personaje también se cancela a ese pueblo que danza en la oscuridad, apresado por la ideología de aquel entonces.

Es así que Elvis logra presentarse como una biopic que trasciende tanto por su puesta, voluptuosa y prolija, como también por su desarrollo de personaje, que toma la inteligente decisión de correrse del imaginario colectivo para brindarnos un trasfondo coherente, funcional a una trama que evoluciona hasta un clímax tan demoledor como majestuoso.

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