Crítica de Esa película que llevo conmigo

En el año 2000, Lucía viajó con sus abuelos a conocer París y Madrid. Lucía registró ese viaje, con ojo adolescente, en su cámara VHS. Luego del fallecimiento de Pepe, se reencontró con el material grabado y comenzó otro viaje: rearmar su historia familiar.

Esa película que llevo conmigo, Lucía S. Ruiz

Despedir a un abuelo debe ser una de las tareas más arduas que existen en el mundo. Son guías igual de importantes que los progenitores, y cuentan con un abanico de experiencia mucho más exhaustivo que el de las personas que nos dieron la vida. Su partida es algo inevitable en el juego de la vida, suceso para el que uno nunca está preparado, y cuando hay una sombra borrosa en el pasado de un fallecido, las puertas parecen no cerrarse nunca. El viaje iniciático de la debutante Lucía S. Ruiz en Esa película que llevo conmigo es explorar el pasado de su abuelo Pepe, reconstruyendo tramo a tramo su árbol genealógico para entender su lugar en su vasta estirpe, y para armar el rompecabezas familiar tan elusivo hasta antes de embarcarse en la filmación.

La propia Lucía es la voz cantante del film, que deambula entre el ensayo y la carta de amor a su abuelo Pepe. Un viaje juntos en el año 2000 es el disparador de la mente inquisitiva de Ruiz, que tiene noción de las vivencias de su abuelo en la España franquista pero están envueltas en un halo de misterio y silencio, que su abuelo se llevó a la tumba. Se adentrará en ellas con entrevistas a su propio padre y a los parientes vivos que se encuentra en un nuevo viaje al viejo continente, ahora adulta y con una misión entre ceja y ceja.

Esa película que llevo conmigo, Lucía S. Ruiz

El crecimiento infantil en plena guerra sin cuartel y el exilio son los principales interrogantes a dilucidar, mientras de a poco la voz en off de Lucía va conduciendo la narración, mientras una gigantografía de papel madera se va poblando de nombres, líneas genealógicas, y objetos que representan a cada integrante de la numerosa familia, desperdigada en tiempo y espacio, entre dos países y varias generaciones. Es un detalle primoroso y cotidiano, casero, que le da una chispa de autenticidad que siempre se valora en estos proyectos. Tales detalles compensan la abrumadora cantidad de detalles que pueden hacer perder al espectador entre tanto desfile de parientes y datos, piezas quizás tremendamente importantes para la autora por ser parte material de la misma pero cuya exclusividad no permite meterse de lleno en el juego emotivo, a menos que uno tenga una historia de vida similar en su seno familiar.

Ése puede que haya sido mi principal problema con Esa película que llevo conmigo. La búsqueda del esclarecimiento del pasado de su abuelo es un punto básico que funciona como trampolín en cualquier documental, y ciertas evasivas al pisar suelo español parecía esconder un secreto intenso, que se pierde finalmente frente a la enésima reunión de parientes. Ruiz cuenta con pulso y buenas intenciones, y puede saber que su película terminada es la gran despedida que nunca le pudo dar a su abuelo en vida, pero quizás no sea suficiente para la platea que busque un documental con más asidero en el género.

5 puntos

 

 

 

 

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