Crítica de Jurassic World: Fallen Kingdom

Con toda la maravilla, la aventura y el asombro que son sinónimo de una de las franquicias más populares y exitosas en la historia del cine, esta nueva película regresa con especies más impresionantes y aterradoras que nunca antes, junto con personajes y dinosaurios favoritos

«La vida se abre camino», dice Malcolm en Jurassic Park. Estamos a 25 años de esa frase icónica, que no sólo jugaba con la idea de la selección natural, sino que también retrataba la mirada del ser humano todopoderoso; aquel que se creía capaz de intervenir en el proceso evolutivo solo por atribuirse el pertenecer a una especie «superior». Hoy esa frase es el tagline de Jurassic World: Fallen Kingdom y, lamentablemente, establece un triste paralelo respecto al estado actual de la franquicia.

Después de una escena inicial climáticamente bien entendida, el guión de Derek Conelly y Colin Trevorrow parece seducirnos con un par de escenas que prometen un conflicto moral interesante: ante la inminente explosión del volcán de la Isla Nublar, ¿hay que salvar a los dinosaurios de su segunda extinción, o dejarlos morir y que la naturaleza vuelva a poner las cosas en su lugar? Pero eso es pura cáscara, sólo un detonante para el desastre que viene.

Narrativamente, Fallen Kingdom es una película a la que no hay por donde agarrarla. Toda lectura posiblemente rica se desvanece al instante, con personajes que no tienen motivaciones claras, sino más bien caprichos que sirven sólo como excusas para justificar las peripecias que Hollywood entiende que debe tener todo blockbuster actual. Jurassic Park es una franquicia de lógicas incómodas pero, como en toda película, su aceptación depende de la construcción de un verosímil inteligente y bien planteado, del que no hay rastro alguno.

El film de J.A. Bayona tiene dos mitades bien marcadas. La primera, más operística y grandilocuente, funciona como un desfile de CGI vacío, donde los humanos y dinosaurios son rehenes de resoluciones mediocres de secuencias caóticas. La segunda se sumerge en aguas del cine de género y en dos o tres ocasiones logra salir a la superficie con acierto, sobre todo gracias al dominio visual que tiene Bayona a la hora de construir tensión con la cámara; pero es tal el nivel de estupidez narrativo, a nivel macro, que cualquier decisión bien ejecutada queda aplastada por la desidia de un guión que fuerza situaciones y desdibuja personajes. Sin ir más lejos, lo mejor de la película está en el Franklin de Justice Smith. Es la empatía bien construida la que hace que un personaje sea interesante y trascendental, pero lamentablemente no hay otro ejemplo que siquiera lo insinúe.

Tampoco el análisis temático se sostiene. Hay subtramas que parecen estar forzadas a tocar temas que tienen que ver con el legado y la relación con el pasado, pero que se resuelven de maneras irrisorias y tramposas. Lo que sucede en el clímax y su resolución, con uno de los personajes en particular, es inentendible y muy polémico, especialmente por la mirada moral que plantea. El contraste con la destacada partitura de Michael Giachino, en esa escena, confunde e irrita en partes iguales.

Fallen Kingdom es fallida y estúpida en el mal sentido del término. El lugar al que nos lleva la conclusión del conflicto es entendible y orgánico, si. Pero el camino es errático y equivocado, tramposo, apurado. Queda confiar en que la próxima entrega sobreviva al caos y el revival de la saga se abra camino de una vez por todas.

 

 

 

 

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Hernán Fretes

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