Crítica de La Vida de Alguien

Guille decide volver a formar su banda de rock, diez años después de su separación, debido a que misteriosamente una compañía discográfica decide editar el disco inédito que grabaron poco antes del distanciamiento. Pero encuentra que sus ex-compañeros han cambiado e incluso de uno de ellos nadie sabe dónde está.

Cuando en el 2009 Ezequiel Acuña presentó Excursiones, daba cuenta de una evolución o maduración necesaria en su filmografía. Suponía una ruptura respecto a los personajes abúlicos y melancólicos de Nadar Solo (2003) y Como un Avión Estrellado (2005) –que tenían demasiados puntos en común-, en el marco de una divertida y sentida comedia sobre la amistad y el paso del tiempo. Su tercera película, la mejor de su carrera, es una de las grandes producciones que el cine nacional ofreció en estos últimos años y se esperaba con atención la llegada de su siguiente trabajo. Después de un largo lustro es que aparece con La Vida de Alguien, otro destacado ejemplo de las cualidades artísticas del realizador, pero que está tan conectada a sus films de hace una década que no se siente que haya progresión, sino hasta un paso atrás.

Este cuarto film es el resultado de una amalgama de los tres anteriores. Retoma personajes de su ópera prima, hace uso de recursos presentes en su segundo largometraje –la playa, el amigo que desaparece inexplicablemente- y conjuga un matrimonio perfecto entre las imágenes y la música de La Foca como sucedía en Excursiones. No es para nada una mala película, pero sí una que repite tópicos ya abordados en el pasado por el realizador. El hacer foco en adultos estancados en la adolescencia habla de una etapa que no se terminó de superar, sea para los personajes o para el director, que quizás encuentre aquí el cierre necesario para poder pasar su atención hacia otro tipo de proyectos.

A pesar de este retroceso fílmico para un Acuña que vuelve a su zona de confort, La Vida de Alguien no deja de ser muy buena. Si bien es cierto que hay un abuso de números musicales, es una producción hermosa cada vez que refleja uno de ellos. El director suspende el tiempo en toda ocasión que da paso a la mencionada banda uruguaya. Se vale de una efectiva cámara lenta para darle cuerpo al sonido de las guitarras y las letras melancólicas, y el film consigue un nivel de belleza inusitado cada vez que esto sucede. «No somos épicos» plantea Guille como una característica de su banda, no obstante cuando la lente de Acuña la filma uno piensa lo contrario.

Otro gran punto a favor viene por el lado del elenco, uno de actores con los que ya se está familiarizado en la filmografía del realizador. Tras haber formado parte de sus tres trabajos anteriores, Santiago Pedrero finalmente es el merecido gran protagonista de la historia, acompañado de un Matías Castelli (Excursiones) al que a uno le gustaría ver más seguido en pantalla. La joven Ailín Salas, una cara recurrente en el cine nacional y que desde hace ya unos años está en ascenso, es quien ocupa el rol del personaje femenino central, pero si bien lo hace con soltura, encanto y gracia con otra buena labor, lo cierto es que hay un choque de edad que no termina de cuadrar.

La Vida de Alguien está íntimamente conectada con la filmografía de Acuña y completa un corpus estético, narrativo, temático y musical con sus trabajos previos. Es otro gran ejercicio cinematográfico de un director que sabe construir atmósferas, que añora un pasado reciente -el uso del cassette, las reuniones en el bowling- y sabe qué es lo que quiere poner delante de sus cámaras. Pero uno no puede dejar de esperar que haya una suerte de etapa cumplida, para así pasar su atención hacia otro tipo de realizaciones con las que quizás se sienta menos cómodo e impliquen nuevos desafíos.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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