Crítica de Minions

A lo largo de la historia, los Minions buscaron servir a los villanos más despreciables. Siempre fracasando, caen en una profunda depresión. Pero uno llamado Kevin tiene un plan, y él, junto a Stuart y Bob, se aventuran en el mundo para encontrar a un nuevo jefe maligno a quien sus hermanos puedan servir.

Cuando Despicable Me 2 llegó a los cines, ya se avistaba lo que podría llegar a ser el problema de Minions. Como su nombre bien lo indica, estos personajes son secuaces y, como tales, no son protagonistas. No hay duda de que son quienes más han resaltado dentro de esta franquicia, como unas de las criaturas animadas más reconocibles de los últimos tiempos dentro de un cine competitivo y cada vez más exigente que produce decenas de propuestas así cada año. Pero la fácil identificación no es suficiente como para justificar lo que básicamente es la segunda película centrada en ellos –la secuela a la de Gru era una excusa para lucirlos-.

No hay mucha vuelta que darle. Los minions se disfrutan en porciones reducidas, con apariciones ocasionales y controladas. Convertirlos en el núcleo de la historia lleva a que su gracia se extinga a una velocidad sorprendente, sobre todo cuando hay limitados recursos cómicos a la hora de trabajar a estas criaturas. Lo que se entiende por humor es poner a estos personajes en cuanta situación absurda se le ocurra a los realizadores, sin importar que esté o no justificada dentro de la acción. Pareciera que la conclusión a la que se llegó es que los minions son divertidos por el solo hecho de ser minions, por lo que se les construye un pasado –lo mejor de la película- y se les otorga un propósito en la vida, contenido que se estima suficiente como para que funcione a lo largo de 90 minutos, cosa que no hace.

La introducción –básicamente revelada en su totalidad con los adelantos promocionales- explica que desde que eran organismos unicelulares, el objetivo en la vida de estas criaturas amarillas era el de servir al villano más despreciable que se pudiera hallar. Han fracasado miserablemente a lo largo de la historia, sea que hayan apoyado al Tiranosaurio Rex o a Napoleón, debido a que por su propia torpeza provocaron la muerte de su protegido, a manos de otro rival más fuerte o en forma accidental. Dejados a su suerte y sumidos en la depresión, su raza se dirige a una melancólica extinción hasta que una partida de tres decide volver al mundo en busca de un nuevo malo al que respaldar.

Es una buena premisa para la película y si no resulta se debe a la propia naturaleza de los personajes, estas bananas de hablar inentendible que deben ser graciosas por el solo hecho de existir. Despicable Me era una historia de redención cargada de humor y emoción, que relegaba a los minions como eventuales comic reliefs. Al convertirlos en el centro de atención, la película pierde por todos los costados. No tiene un ápice de corazón, la villana Scarlett Overkill tiene un desarrollo mínimo y se apunta al absurdo como motor del film, pero sin demasiadas ideas como para que ello esté justificado. El guión de Brian Lynch (Hop) prefiere sumar un gag detrás de otro antes que hacer un progreso narrativo adecuado, mientras que los directores Kyle Balda (The Lorax) y Pierre Coffin (Despicable Me) parecieran haber olvidado qué era lo que funcionaba en las producciones anteriores.

Hay ciertos méritos por fuera del comienzo, con algún chiste acertado, con un 3D bien aprovechado, con una ambientación en los ’60 que da mucho espacio para jugar, con la Villano-Con que reúne a las personas más viles del planeta, pero todo queda corto en comparación a lo que es el resultado final. Uno que confirma que los minions no funcionan sin nuestro villano favorito y que es mejor disfrutarlos en dosis pequeñas.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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