Crítica de La Vie d’Adèle / La vida de Adèle

A sus 15 años, Adèle no tiene dudas de que una chica debe salir con chicos. Su vida cambiará para siempre cuando conozca a Emma, una joven de pelo azul, que le descubrirá lo que es el deseo y el camino hacia la madurez.

El amor puede llegar de cualquier manera, incluso cruzando la mirada con una desconocida de pelo azul que camina por las veredas parisinas con su novia. Así conoce la joven y sensible del título a Emma, una artista que la ayudará a redescubrirse a sí misma en La Vie d’Adèle, la historia de amor más tierna y absorbente que verán en sus vidas.

Es imposible no rendirse a los pies de la musa del director Abdellatif Kechiche, la jovencísima Adèle Exarchopoulos, quien ocupa la pantalla durante los 179 minutos de metraje, que se dividen en capítulos uno y dos. Si bien en algún momento se había planeado dividirla en dos partes, es un factor que se olvida al sumergirse en la historia de esta chica que no sabe qué es lo que la satisface en la vida, hasta que llega el momento de quiebre, cuando su despertar sexual la empuje a caer rendida bajo el encanto de esa muchacha desconocida, la del pelo color azul, el color más cálido, según la novela gráfica en la que se basa el film. Durante más de una hora en la cual Léa Seydoux brilla por su ausencia, exceptuando ese encuentro fortuito en la calle, todo se basa en la vida cotidiana de Adèle, en sus amistades, su primer novio, su relación familiar y escolar, y sus primeros intentos azarosos en probar algo diferente.

Todo este tratamiento cotidiano no resulta cansino ni pesado, sino que es una demostración orgánica del hábitat de la protagonista. Con más de 800 horas de metraje filmado, Kechiche tuvo que elegir lo mejor de todas las interacciones de su actriz, pero la cámara ama de tal modo a Exarchopoulos que es imposible despegarle los ojos de encima, ya sea que esté comiendo, durmiendo boca abajo o prestando atención en clase. Pero no sólo es una jovencita de buen ver, Adèle es una actriz a la que le sobra talento, y lo demuestra cargándose la mochila del peso narrativo. Ésta es la vida de Adèle, su paso de la precocidad de la secundaria a la adultez de seguir su sueño de ser maestra jardinera, y el de convivir con su gran amor, esa chica que le robó la respiración la primera vez que la vio. Bajo la total falta de un experto en maquillaje o un estilista en el set, toda la naturalidad de las protagonistas es un toque más que realista, que transmite una sensación de convencionalidad absoluta, teniendo que recurrir a sus dotes naturales para llevar a buen puerto esta historia de amor.

Mucha agua pasó bajo el puente desde su estreno y posterior Palme d\’Or para el director y sus dos actrices, algo nunca antes visto. Sobre todo, la cantidad de comentarios que generaron las subidas escenas de sexo entre Adèle y Léa, motivo por el cual el ente calificador de Estados Unidos le calzó la aplastante calificación NC-17, más que nada por lo puritano que les debe resultar ver escenas de sexo lésbico. Que si se ven reales o no, que si son más gratuitas que otra cosa, la verdad es que los momentos íntimos entre las chicas son los que cimentan la relación que tienen, Adèle por el lado de la exploración de su sexualidad, y Emma por demostrarle a esta joven intrigante todo el amor que le tiene. Lejos de caer en la casilla de película romántica gay, La Vie d\’Adèle genera un trazo de realismo tan puro que los límites de la sexualidad se desdibujan, y hasta cuando la película termina, uno piensa que acaba de ver la historia de dos amigas que uno conoce de toda la vida.

Sin lugar a dudas, La Vie d’Adèle es una experiencia cinematográfica en pura regla, un festival minimalista de amor que trasciende cualquier barrera. Intensa, cruda y honesta por sobre todas las cosas, la nueva película del director francés es un hito fílmico y una de las mejores maneras de comenzar el año a puro buen cine.

 

 

 

 

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Lucas Rodríguez

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