Crítica de Lore

Cuando el nazismo cae, Lore conduce a sus hermanos en un viaje que los expone a la verdad de las creencias de sus padres. Un encuentro con un misterioso refugiado fuerza a Lore a confiar en una persona que siempre se le ha enseñado a odiar. La vida le demuestra que quizás no todo fue como siempre creyó.

Con bastante más retraso que su compañera de terna a los Oscar a Mejor Película Extranjera –Kon-Tiki, estrenada el pasado diciembre- finalmente llega a las pantallas nativas una nueva dosis de drama de la Segunda Guerra Mundial, que nunca falta en las carteleras, de la mano de Cate Shortland y su Lore

La trama del film nos transporta directamente a los estertores de muerte del régimen nazi de Hitler, donde la familia de un oficial fascista debe aceptar que el sueño en el cual se han visto inmersos durante estos años ha terminado de forma abrupta, y ahora lo único que les queda es escapar raudamente, antes de que los Aliados los alcancen. En el centro de esta familia rota se encuentra Hannelore, la Lore del título, una joven que de pronto debe asumir que el mundo en el que fue criada no existe más, y que además debe hacerse cargo de sus cuatro hermanos mientras sus padres enfrentan las consecuencias de sus actos. Y no sólo Lore deberá sacar adelante a los restos de su familia a través de un viaje larguísimo y lleno de peligros, sino que el despertar sexual llegará en el momento menos indicado para ella.

Basada en un tercio de la novela The Dark Room de Rachel Seiffert -el mejorcito de los tres, digamos- el guión de la misma Shortland y Robin Mukherjee se toma un par de licencias creativas con tal de amalgamar un poco las situaciones azarosas de Lore y sus hermanos, y crear un poco más de cohesión narrativa que la novela. Aún así, Lore sigue siendo brutal y acongojante, mezclando paisajes capturados con hermosura gracias a la fotografía de Adam Arkapaw y cuerpos corruptos dejados a la intemperie, vejados y cubiertos de sangre.

Al mejor estilo de una road movie, si se quiere, Lore y sus hermanos deben sortear un sinfín de situaciones terribles, que ningún chico de esa edad debería soportar, y la visión infantil de los menores genera el contraste más interesante de la película contra la adusta crianza de Lore, que la empuja a odiar todo lo que es diferente a ella. Sin la gran interpretación de la nuevísima Saskia Rosendahl en su primera incursión cinematográfica creo que el film hubiese sido vastamente inferior, ya que Rosendahl logra reunir en su sola persona ese temor a lo desconocido, ese miedo a la otra persona, pero también ese debate interno entre el deseo y el deber que prácticamente no la deja respirar.

Muchos le escaparán a Lore por miedo a la repetición del tópico que maneja, pero el pulso de la directora y un gran protagónico surgen como las mejores aristas que tiene el film australiano para dejar disfrutar de este doloroso viaje a través de la historia.

 

 

 

 

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Lucas Rodríguez

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