Crítica de Pokemon: Detective Pikachu

Cuando el detective privado Harry Goodman desaparece misteriosamente, su hijo Tim decide investigar lo ocurrido junto al viejo socio de su padre: Pikachu. Tras descubrir que pueden comunicarse, comienza su aventura por las calles de Ryme City.

Scott Pilgrim vs. The World, Ready Player One o Wreck-It Ralph son ejemplos relativamente recientes de que se puede hacer perfectamente una película de videojuegos, pero cuando se trata de trasponer un juego existente a la pantalla grande, es una bestia completamente diferente. Tan es así que se suele hablar de la maldición de los videojuegos. Las pobres Super Mario Bros, Double Dragon, Street Fighter o Mortal Kombat parecen haber establecido un rumbo a comienzos de los ’90. Las consolas cambiaron, los juegos también, pero el patrón condenatorio al subgénero parece mantenerse firme. Tomb Raider, Resident Evil, Doom, Silent Hill, Hitman, Max Payne, Prince of Persia, Need for Speed, es larga la lista de títulos que han recibido su fallida adaptación cinematográfica a lo largo de estos últimos años, con verdaderas decepciones de aclamados directores como fueron Warcraft o Assassin’s Creed, que parecieron confirmar que no se puede hacer una digna película a partir de un videojuego. Sin que le sobre demasiado, podemos decir que eso cambia con Pokemon: Detective Pikachu.

La primera película live-action ambientada en el mundo de los reconocidos personajes, es impecable desde lo técnico. El mundo de los Pokemon cobra vibrante vida en el marco de una historia que es, ante todo, respetuosa en términos de diseño de las distintas criaturas y sus habilidades, integrándolas a una realidad en la que conviven con la humanidad desde sus comienzos. Una decisión creativa inspirada es el haber tomado como punto de partida el juego Detective Pikachu, del 2016. Resulta fundamental el hecho de tener a un personaje que puede hablar con la voz de Ryan Reynolds, capaz de hacer reír y sumar corazón, así como también de razonar y conducir una investigación, en vez de una eléctrica bola amarilla de pelos que solo dice «Pika-Pika». Quizás no sea el compañero que Tim Goodman hubiera querido, pero sin duda es el que necesitaba. Y la película también.

El mencionado joven alguna vez soñó con ser maestro Pokemon, pero la vida lo desilusionó. Vive en una ciudad que no ofrece grandes posibilidades de crecimiento y se siente cómodo con su trabajo aburrido, en soledad y con resignación, alejado de sueños que puedan volver a lastimarlo. En este mundo hay un cambio en la lógica del «¡Yo te elijo!» o al menos funciona en ambos sentidos: el Pokemon también tiene que elegir a su maestro, con lo que se busca fortalecer la idea del fuerte vínculo entre uno y otro, una relación sentimental decidida por ambos, más que en la captura y acumulación de especies. La desaparición de su padre detective lo fuerza a viajar a Ryme City, una metrópolis en la que humanos y Pokemon conviven con total armonía, y en el interés por saber qué es lo que ocurrió, se ve lanzado a una trama que ya estaba en marcha. En el proceso, el desarrollo de la relación con el compañero de investigación de su papá sirve como sustituto del vínculo afectivo que no tiene con su progenitor.

Detective Pikachu tiene un notable trabajo en la puesta a punto de este mundo, esfuerzo loable que se desearía hubiera sido acompañado por la historia. Ryme City es intensa. Hay una integración total de las diferentes criaturas, no solo las 150 originales sino también las 650 que siguieron después, que pueblan todos los rincones de la pantalla y obligan al espectador a revisar en vano toda la pantalla. Podemos ver un Snorlax sentado en la calle y un Machamp dirigiendo el tránsito, pero perderemos de vista a los Pokemon que circulan por atrás cual si fueran extras. Esta ciudad embebida de neón, con una banda sonora de Henry Jackman (Kingsman: The Secret Service) que por momentos abraza el sonido 8-bit, es el escenario perfecto para que se ponga en marcha una suerte de film noir, en el que Tim y Detective Pikachu se adentran en el bajomundo para dar con las respuestas que necesitan.

Y así como parece haber una unidad de criterio en lo que es el diseño de los personajes, se pone caótica en lo que quiere decir. Son cinco los guionistas que reciben crédito por haber trabajado en ella, entre los que se cuenta el realizador Rob Letterman (Goosebumps, Gulliver’s Travels, Monsters vs. Aliens), y se evidencia cierto desorden en lo que se quiere contar y en el cómo. La evolución es un concepto clave en lo que es el mundo Pokemon y aquí forma parte de la trama, pero utilizada de manera superficial y para un mero golpe de efecto. El plan del malo de turno no se termina de entender ni se sostiene, porque tampoco quedan claras sus motivaciones, más allá de que haya una mágica tecnología que permite revivir paso a paso cualquier cosa que haya sucedido, desde distintos ángulos, como para que los protagonistas puedan avanzar en su investigación.

Detective Pikachu tiene al frente a una dupla joven de figuras en ascenso, como son Justice Smith (Jurassic World: Fallen Kingdom ) y Kathryn Newton (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri), pero la clave de todo es el personaje de Reynolds, que habla y suena como él, con lo que nunca deja de divertir y sin tener que recurrir a un humor infantil. Es distinto el caso una vez que se quiere ofrecer respuestas, dado que no están a la altura del gran trabajo que se hizo al llevar a los personajes al terreno del live-action. Es, a fin de cuentas, una producción que dejará conformes a los fanáticos de la franquicia y que agradará a espectadores casuales, sobre todo por la transposición de este mundo de fantasía a nuestras calles. Quizás no hacía falta mucho más para superar aquella maldición en los films de videojuegos. Con uno que hiciera los deberes en ciertos aspectos clave, alcanzaba.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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