Crítica de Sweet Girl: dulce niña, amarga ejecución

Jason Momoa protagoniza este thriller de venganza, que se estrenó por Netflix.

¿De qué va? Un marido destrozado jura llevar ante la justicia a los responsables de la muerte de su mujer, a la vez que protege a la única familia que le queda, su hija.

Aunque la ficción pueda cambiar la realidad, ¿no sería una equivocación, por el contrario, que la realidad sea exigida al cine? Claro que habrá cierto público que requiera esa búsqueda a la hora de ver algo, pero si bien ello podría atentar contra el descubrimiento de grandes obras repletas de incredibilidad, es demasiado complicado ignorar -o aceptar- la falta de verosimilitud cuando ella atenta contra las propias reglas que propone a priori una película. Y ese es el gran, aunque no único, problema de Sweet Girl.

Revelar cualquier detalle argumental de la ópera prima de Brian Andrew Mendoza, productor de otros títulos también protagonizados por Jason Momoa como Braven o la serie Frontier, poco modificaría al espectador si se tiene en cuenta que nos encontramos ante una historia completamente predecible, absurda y, por ende, carente de impacto. Lo referencial alcanza y sobra: un loable hombre de familia busca justicia contra una poderosa y corrupta empresa farmacéutica.

Partiendo de esta premisa, Sweet Girl se propone ser una obra de acción en la que este protagonista de gran corazón, junto a su sufrida hija (Isabela Merced, de Sicario: Day of the Soldado), se enfrentan a amenazas que lejos de ser peligrosas terminan contaminadas de un melodrama banal y el efectismo atropellado al que la película acude de manera reiterada y desesperada.

Argumentalmente, poco se puede destacar en una obra que se vale de intertítulos temporales para cubrir carencias narrativas y que no solo no intenta abstraerse de lugares más que comunes, sino que elige saturarlos de representaciones tediosas, tales como una agente federal salida de un manual de autoayuda o un asesino a sueldo tan artificial que involuntariamente resulta de lo más atractivo de la historia.

Por otra parte, lo artístico carece de cualquier tipo de mérito. Tan solo unos minutos en el comienzo del film, en el que pueden contarse unos diez planos en menos de un minuto, auguran una tendencia que se repetirá a lo largo de toda la película respecto al desprecio por la puesta en escena.

De esta manera, el máximo problema que posee el nuevo film de Netflix es desconocer su identidad. Con ello nos referimos al hecho de que no demuestre ser consciente de sus absurdos y elija optar también por la solemnidad. Allí radica la falta de verosimilitud de una obra que fusiona dos abordajes incompatibles y que, además, provoca una reacción inconcebible en una película de acción: mirar el reloj.

Puede resaltarse la buena química que hay entre Momoa y Merced, quienes al menos logran que pueda finalizarse la película. Pero fuera de estos -ya sabidos- versátiles protagonistas, Sweet Girl es una lectura insulsa y caótica de las altas esferas del poder, tanto privado como público, y de cualquier obra que pudiera haber llegado a influenciarla.

 

 

 

 

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Ignacio Rapari

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