Crítica de Tau

Sigue a una alguna vez astuta timadora, Julia, que es la última víctima secuestrada y mantenida cautiva en un fatal experimento. Lo único que se erige en su camino hacia su libertad es Tau, una avanzada inteligencia artificial desarrollada por Alex, su captor.

Para poder disfrutar de Tau, lo nuevo en ciencia ficción que nos trae Netflix, es necesario no haber visto nada de cine sobre inteligencias artificiales por los últimos… 40 años. No es un producto que atrase, pero el debut cinematográfico del bocetista Federico D’Alessandro necesita de la ingenuidad absoluta de parte de su público para salir adelante, sobre todo teniendo en cuenta grandes eslabones insoslayables de IA peligrosas como 2001: A Space Odyssey, la saga Terminator, la reciente Ex Machina o incluso la revolucionaria serie Westworld, por mencionar algunas de las tantas disponibles que ofrecen un relato similar pero más expansivo y no tan reduccionista como el presente.

La historia escrita por Noga Landau (la serie The Magicians) sigue a Julia (Maika Monroe), una joven carterista que se gana la vida en los bares robándole a quien cruce a su paso. Ella tiene sueños de ir a la universidad y salir de esa triste realidad que vive, pero de buenas a primeras se ve secuestrada por un joven y perverso inventor (Ed Skrein), que necesita de la astucia de esta ladronzuela para probar su último invento, la inteligencia artificial Tau (Gary Oldman), que controla su fastuoso hogar con rigurosidad. Para durar 90 minutos, Tau puede convertirse en una tarea titánica para varios. Tiene un primer acto interesante, donde nuestra protagonista intenta escapar de su suplicio para fracasar estrepitosa y brutalmente junto a otros dos conejillos de indias. Es en este punto que la IA hace acto de presencia, con un cuerpo robótico con efectos digitales que dan gracia y con la voz del genial Oldman, que viene de ganarse un Oscar hace unos meses y ya está cobrando cheques, para darle entidad al constructo artificial más soso e ingenuo que se ha visto en años.

Visualmente, Tau desborda estilo, con un diseño de producción sublime y enfocado en la proximidad de un mundo futuro donde es fácil creerse que los humanos pueden interactuar con drones, maquinas asesinas y pinturas nanobóticas que permiten dibujar sobre ellas al pasarle un dedo. D’Alessandro se dedica a esto para vivir y se nota que es un apartado en donde sobresale. Es la sencillez de su historia lo que la lastima, con un guión que corta esquinas todas las veces que puede y no sobresale de la superficie para explorar las cuestiones más ponderantes que propone: ¿qué es ser una persona? ¿Es tener un nombre y eso ya la hace existir? Son interrogantes que Tau tiene poca paciencia para explora. Tan ensimismada está, que la tiene a una gran actriz como Monroe haciendo rompecabezas prácticamente invisibles al público para captar su actividad neuronal y transmitirla al experimento mayor. Hay un conteo regresivo de días para la presentación más importante que verá la humanidad y, como resultado, tenemos al doctor interpretado por Skrein peleando con su cautiva y la amistad que forjaron con su máquina como si fuesen nenes de jardín.

Para cuando el espectador descubre que esta chica puede engañar con trucos baratos a la inteligencia artificial porque esta misma nunca ha tenido contacto con el mundo exterior, ya uno puede adivinar para dónde van los tiros. La historia cae en una meseta básica de la cual no sale, todas las decisiones exasperan y ni siquiera la todopoderosa voz de Oldman puede subsanar un arco narrativo que una y otra vez nos hará recordar a ese episodio de Los Simpson, con la casa con voz de Pierce Brosnan. Netflix parecía haber repuntado su reputación pero, en cuanto a futuros distópicos se trate, que espere a la nueva temporada de Black Mirror para intentar meternos miedo por la tecnología que nos sobrepasa día a día.

 

 

 

 

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Lucas Rodríguez

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