Crítica de The Art of Racing in the Rain

Vista desde la perspectiva de un perro llamado Enzo, la película sigue las lecciones de vida que aprendió el animal de su dueño: un piloto de autos de carrera llamado Denny.

Denny sueña con triunfar como piloto de carreras, su máximo objetivo es llegar a manejar en Fórmula 1, pero la vida le depara otras cosas, y a través de todo, siempre estará acompañado por Enzo, su perro y fiel compañero. The Art of Racing in the Rain (Mi amigo Enzo) es una lacrimógena y tierna historia sobre amor, pérdida y superación, narrada desde el punto de vista de un golden retriever.

Enzo está tirado en la entrada, ni siquiera puede decirse acostado, está viejo y no puede moverse. Sabe que no queda mucho, pero es el perro de Denny, y lo tiene que esperar. Así empieza la historia, narrada por la voz de Kevin Costner. Este perro está esperando a su dueño para poder despedirse, y es ahí que cuenta la historia de su vida. De más está decir que es una película que hará llorar a cualquier espectador que haya tenido una de estas mascotas, un animal que parece más humano que perro. Milo Ventimiglia encarna a Denny, volviendo a interpretar un papel que debe verse con un paquete de pañuelitos al lado. Denny Swift estaba destinado a la grandeza, pero adoptar a ese cachorro en una granja fue el principio de su vida.

En una película que no se destaca en lo más mínimo por proezas técnicas, y que su guion muchas veces roza lo trillado, es bastante increíble que consiga una respuesta tan emocional. Basada en el best-seller del mismo nombre, escrito por Garth Stein, apunta a una fibra sensible; no es la clase de film que vamos a recordar o estudiar en los próximos años, pero definitivamente es uno de esas que llegan. Con maravillosas actuaciones por parte de Ventimiglia, Amanda Seyfried, Kathy Baker y Martin Donovan, la historia es una montaña rusa de emociones en la que el espectador llorará, reirá y, en muchas ocasiones, hará ambas a la vez.

Simon Curtis, director de My Week With Marilyn y Goodbye Christopher Robin, sabe cómo apuntar a la fibra sensible y explota eso a lo largo de las casi dos horas de película. Por momentos se nota demasiado que está basada en un libro y pierde esa fluidez que cualquier film debería tener, pero esto no suele durar demasiado. The Art of Racing in the Rain hará llorar, seguro, pero también sacará sonrisas. Vayan a verla, pero no se olviden los pañuelos y, si tienen perros, abrácenlos cuando lleguen a casa.

 

 

 

 

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Julieta Cáceres

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