Crítica de The Darkest Hour / La última noche de la humanidad

Un grupo de turistas estadounidenses se encuentra en Moscú cuando una invasión extraterrestre con intenciones hostiles se desata sobre la Tierra. Todos ellos intentarán sobrevivir al ataque de este poderoso e invisible enemigo.

Si, The Darkest Hour no es una buena película. Sus enormes falencias la han convertido en el blanco unánime de críticas muy duras en los Estados Unidos, algo que se puede cuestionar considerando la calidad de ciertos productos que llegan a la gran pantalla y vuelan debajo del radar. Cabría preguntarse cuánto de las malas reseñas corresponden al film en sí y cuánto al hecho de que no se hicieron funciones privadas para los críticos norteamericanos, pero eso es tema para otra nota. Seguramente el ensañamiento no esté del todo justificado aunque, a decir verdad, el trabajo de Chris Gorak es merecedor de muchas valoraciones negativas.

«Oh, shit!». El guión de Jon Spaiths brilla por su ausencia, algo que, por ejemplo, evidencia la innumerable cantidad de veces que los protagonistas emplean la interjección que inaugura este párrafo. El film, cuyo mayor esfuerzo de originalidad reside solo en situarse en Moscú, sufre mucho de aquello que afectaba a otra película de temática similar, y también de resultado inferior, Vanishing on 7th Street. Esto es: personajes totalmente prescindibles, incapaces de generar empatía alguna, envueltos en un ataque hacia la humanidad cuyas reglas se cambian a gusto. Aquí las buenas intenciones de actores como Emile Hirsch, Max Minghella y Olivia Thirlby, quienes suelen desempeñarse en forma correcta aún cuando el proyecto sea pobre, no alcanzan.

Mientras que el planteo trata de mostrar cierta frialdad, esa apreciable idea de «cualquiera puede morir en cualquier momento», el desarrollo en general y los diálogos en particular, rebosantes de patriotismo y solemnidad, tienden a nivelar hacia abajo. Y hasta allí llega otro film más en el que un improbable grupo de supervivientes se convierte en la única esperanza de salvar a un planeta al borde de la extinción. Y si bien el chivo reza Старбакс Кофе, la estructura delata un Starbucks ruso, y no importa como quieran disfrazarlo, el producto prefabricado sabe igual en todos lados.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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