Crítica de The Dictator / El Dictador

Un dictador arriesga su vida para evitar a toda costa que la tan temida democracia llegue a su país, al que ama con la misma virulencia que oprime.

Sacha Baron Cohen adora a los personajes irreverentes y con un acento fuerte. Son la sal de su carrera en comedia que ganó terreno con los falsos documentales Borat y Bruno, individuos creados por el mismo actor para su serie Da Ali G Show. Una vez que su trío tuvo su merecido tiempo en pantalla, era necesario crear a una persona nueva para seguir en la racha del humor ofensivo. Así es como nace El Dictador, que se mantiene en la misma línea de sus trabajos anteriores, comedias forzadas si las hay con su propio ingenio y séquito de espectadores.

En su tercera colaboración juntos, Baron Cohen y el director Larry Charles arman una historia alrededor del General Aladeen, un déspota del Medio Oriente que guarda obvias similitudes con tiranos reales de nuestra historia. Alejados del formato del falso documental, El Dictador finalmente es una película como tal, sin referencias al público que puede creer que el opresor es un personaje verídico. La exuberante vida de este particular personaje se ve reflejada en los explosivos primeros minutos del film, que establecen la atmósfera para lo que vendrá a continuación.

Qué resta decir de Sacha Baron Cohen, el alma mater del proyecto. Claramente está en su salsa con un sujeto tan alocado como destacable, aunque se lo nota mucho más comedido que en sus anteriores propuestas. Es posible que la razón por la que se destaque en esta ocasión se deba a un agradable elenco secundario, como el grandioso Ben Kingsley haciendo del tío, el interés romántico jugado por la solvente Anna Faris y el compinche Nadal, interpretado con gracia por Jason Mantzoukas, con quien el actor principal tiene las mejores escenas.

Ahora bien, ciertos pasajes graciosos y terriblemente ofensivos dispararán la risa continua de la platea; el problema se da cuando los recursos son sobreutilizados hasta el punto de casi no causar gracia. Por ejemplo, el protagonista lanza una sucesión de insultos sobre la imagen masculina del personaje de Faris, quitándole la gracia a algo que tranquilamente podría haber funcionado si hubiera sido un chiste moderado. En caso opuesto, el gag de la cabeza parlante podría no agotarse nunca, y eso que es repetido hasta el cansancio en menos de 30 segundos. Esta polaridad hace que El Dictador sea una continua montaña rusa de altos y bajos, apenas mezclados entre sí con un resultado dispar.

Aquellos acostumbrados al humor cáustico de Baron Cohen y compañía estarán más que conformes con su nueva apuesta; los que no lo estén, podrán acercarse con precaución, y en ciertos momentos serán recompensados con risas espontáneas.

 

 

 

 

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Lucas Rodríguez

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