Crítica Going in Style / Un golpe con estilo

Willie, Joe y Al deciden salir del retiro y correrse del camino de rectitud por primera vez en sus vidas, cuando los fondos de sus pensiones se vuelven víctimas de las corporaciones.

La comedia Going in Style, estrenada en el ’79, fue la primera película de Martin Brest, director de Scent of a Woman y Meet Joe Black. Si bien en su momento pasó desapercibida, 33 años después y de la mano del director Zach Braff y del guionista Theodore Melfi llega su remake. La versión siglo XXI aterriza con Morgan Freeman, Michael Caine y Alan Arkin a la cabeza y cuenta con las esporádicas apariciones de un Matt Dillon, que vive en un frasco de formol, y de la experimentada Ann-Margret. El trío protagónico saca a flote casi como por inercia un film que no pasa de agradable y que ironiza sanamente con la economía norteamericana.

Willie (Freeman), Joe (Caine) y Albert (Arkin) son tres abuelos de clase media-baja que no cobran sus pensiones por un problema con la empresa en donde trabajaron. Si ese dinero no llega a sus manos, a cada uno le tocará vivir una situación complicada en particular: Willie no podrá ver a su familia que vive a miles de kilómetros, Joe se quedará sin casa y Albert tendrá que seguir viviendo en la habitación de su amigo Willie. La idea de robar un banco para conseguir el dinero de la pensión está presente en Joe, quien días antes de enterarse de su problema financiero fue asaltado por unos particulares delincuentes.

Braff, quien pegó el salto a la fama por su protagónico y su trabajo como realizador de Garden State, en 2004, se entrega a pleno a los tres gigantes que tiene como protagonistas. Melfi, director de la nominada al Oscar Hidden Figures, escribe un texto quirúrgicamente diseñado en su segunda mitad y algo aletargado en la primera. La película se toma demasiados minutos en presentar a sus personajes, lo que causa que el momento del robo -aquel del que hace gala el título- no llegue nunca. Cuando lo hace, Going in Style encuentra su encanto y mueve las antenas del espectador, que ya seguramente venía preguntándose la hora.

Esta homenajea y parodia a sus propios protagonistas, que llevan adelante sus papeles como si fuera un recreo en sus larguísimas carreras. Sus objetivos principales, entretener y sacar alguna que otra carcajada, son superados, pero termina encajándose en sus clichés y su inocencia. Cuando ironiza con los problemas socioeconómicos de su país lo hace con cuidado y cuando juega con el golpe bajo es cautelosa. La nueva película de Freeman, Caine y Arkin merece ser vista para que el espectador se convierta en testigo de cómo los tres se ríen de sí mismos y, de esa manera, reírse con ellos.

 

 

 

 

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Nicolás Mancini

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