«Prométeme Paraíso»: crítica de Eterno Paraíso

La vida de Pablo cambia repentinamente cuando Esperanza, su novia, es atacada en la vía pública. Esta situación inesperada desencadena una serie de acontecimientos, que lo llevan a desenterrar escritos del padre, que lo conectan con una realidad desconocida.

¿Qué ocurre después de la muerte? ¿Hacia dónde vamos? ¿Cómo puede alguien simplemente desaparecer de nuestra existencia? ¿Por qué los seres humanos somos tan apegados a lo que físicamente nos ata en vida? ¿Cómo podemos seguir viviendo acarreando esa ausencia? ¿Qué estadio del vínculo no conseguimos sanar? ¿Cuántos te quiero nos quedaron por decir? ¿Nos volveremos a encontrar en otra vida? ¿Cómo?

Esta atractiva propuesta acerca de la existencia de un más allá, y la posibilidad de conectarnos con otro plano de la existencia, es la carta de presentación de lo nuevo de Walter Becker, director santafesino que arriba a la pantalla grande con una película con condimentos de géneros varios, cuya atrapante idea original no se materializa en un relato que se aproveche de las variadas fuentes de las que bebe: suspenso, romance, drama y ciencia ficción.

Realizador de su primer largometraje independiente A dos tintas, selección del Festival Internacional de Cine de Gibara (en Cuba), en esta ocasión Becker posa su inquietud sobre la incertidumbre absoluta que provoca la pérdida repentina de un ser querido (en acontecimientos trágicos o súbitos) para la integridad de la identidad individual. Esas preguntas sin respuestas que llenan el vacío dejado por alguien que ha partido y cuyo vínculo no podremos recomponer (al menos en este plano), son las aristas que atraviesa Eterno Paraíso.

Pablo (un inexpresivo Matías Mayer) tiene un amor de niñez. Se llama Esperanza (una convincente María Abadi), y su nombre se resignificará sobre la búsqueda tan mentada. Crecen juntos y se prometen amor eterno a las orillas de un lago que simboliza un bosque del paraíso perdido. Se aman para siempre. Acá y más allá, dicen. De grandes, un evento trágico cambiará la vida de Pablo para siempre: su novia es atacada y queda gravemente herida.

Esta situación lo conduce a una búsqueda existencial: bajo presión y enfrentado a la propia muerte, descubrirá la esencia de su existencia. En donde se cruzarán recuerdos de su padre (un hermético y compenetrado Guillermo Pfening) que vuelven a su mente como voz en off, así como eventos no del todo aclarados luego de su prematura muerte, que lo llevarán a descubrir secretos y conectarse con otro plano, con otra frecuencia. Los descubrimientos llevados a cabo por el personaje paternal poseen la llave que abrirá la puerta a un mundo desconocido y que Pablo persigue con profunda convicción.

Una trama con atmósfera mística en donde se ponen en duda cuestiones metafísicas como los mundos paralelos, las ensoñaciones y la conexión con planos alternativos, intenta encontrar alivio a sucesos como la muerte de un ser querido. Mitos sobre los que, sin duda, intenta filosofar, trayendo a la discusión diversas teorías y corrientes que enfrentan a la ciencia y a la religión y cuya veracidad puede generar interpretaciones no excluyentes.

Sin inclinarse por el drama romántico ni el cine de género fantástico, Eterno Paraíso es un híbrido falto de desarrollo argumental, en el cual los temas que se abordan (la pérdida irreparable y la conexión a través del plano metafísico) otorgarían un punto de partida para un relato cautivador. Lamentablemente, la búsqueda para dichos interrogantes como vehículo argumental arroja cierta tibieza al intentar reflexionar acerca del dolor, el destino y la fe.

Concebida la historia de amor como el pretexto «marca de género» para potenciar como vehículo narrativo ideas más profundas, el film se anima a transitar terrenos sobrenaturales que el cine argentino no está acostumbrado a hacer. Sin embargo, convertido en un irregular drama que explora esa búsqueda metafísica, atemporal y universal, el espectador puede sentirse identificado con esa idea, más no con la tibia resolución de la misma.

La opacidad que despiertan las emociones básicas que transita la historia (el amor, la muerte y la soledad como tres grandes temas existenciales) son directamente proporcionales a la falta de creatividad del autor para transmitir esas hondas inquietudes al relato y a sus intérpretes. Tampoco resultan estar a la altura ciertas elecciones visuales más que haraganas, compendio de clichés ultra transitados por el género fantástico a lo largo de toda su historia: desde la conexión con seres en el más allá, los presagios de la muerte y los artefactos para registrar otros planos de realidad. Refritos resolutivos ya vistos por enésima vez.

El relato camina por el borde de esa zona gris e indefinida que separa (o une, según como se vea) la vida y la muerte. En la incógnita sobre aquello que no sabemos, sobre la posibilidad de establecer contacto bajo otras vibraciones, se encuentra la profundidad de un misterio que el film no sabe explotar. En definitiva, lo atractivo del enigma es su falta de resolución, poniendo un manto de duda sobre la posibilidad de un descubrimiento certero. Si bien el film inclina claramente su mirada sobre el desenlace, el espectador, según la religión que profese, tendrá sus propias creencias sobre lo que hay más allá. Pero son sólo hipótesis, conjeturas interminables. Como Pablo, en búsqueda de su Moby Dick en medio del mar, su «salvavidas existencial», todos queremos creer que hay algo después. En Eterno Paraíso, la búsqueda se torna anodina y desencantada.

 

 

 

 

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Maximiliano Curcio

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