Crítica de Mazinger Z: Infinity

Tras 10 años de haber vencido al Dr. Infierno, Koji Kabuto sigue los pasos de su abuelo. Durante una investigación científica en el monte Fiji, Koji descubre en un yacimiento arqueológico algo que podría anunciar el regreso de su más grande enemigo.

La cultura nostálgica arrasa y no da tregua en la industria audiovisual, y Japón no está exento de ella. Con la salvedad de que su modo de producción se apoya en la repetición permanente en búsqueda de la perfección, por lo que la sociedad nipona se adelantó a la moda años atrás, alimentando los kokoros de aquellos acérrimos fanáticos. Mazinger Z: Infinity, continuación del prestigioso animé con más de 45 años, llega para seguir esa fantasía que aún hoy es capaz de cautivar a las nuevas y viejas generaciones.

Debo sincerame: lo único que conocía de Mazinger Z era aquello que me contaba mi viejo. Claro, dos generaciones completamente distintas. Pero a nosotros, los milennials, solo nos bastan unos minutos de la película para caer en la cuenta de todo aquello que influenció este colorido robot gigante. Relatos como Evangelion, por ejemplo, no hubieran sido posibles sin él.

Sin embargo, el film no se queda en la mera apelación al recuerdo, se aggiorna y trata problemáticas ambientales, el conflicto de las energías, el peligro de la deformación espacio – temporal. Dado esto, el desarrollo del argumento se intrinca cada vez más, por momentos se embarulla y se vuelve opaco, la construcción de situaciones y personajes deja entrever un pasado en donde esto se hacía de otra forma. Es decir, demuestra vejez. Aún así, de ninguna forma el film deja de ser entretenido y emocionante, sus fallos e ingenuidades se vuelven parte de ese goce.

Para los más grandes, regresan Koji Kabuto, Sayaka, el profesor Gennosuke, el doctor Hell, el barón Ashura, el conde Brocken y, por supuesto, Mazinger. La historia se sitúa algunos años después de que Koji haya salvado al mundo. De todas formas, el mundo Mazinger y todo el contexto permanecen perfectamente explicados, de manera tal que ambas generaciones de espectadores puedan situarse con comodidad en el relato y disfrutarlo por igual.

A riesgo de equivocarme, Mazinger Z: Infinity mantiene la esencia que años atrás los «cuarentones» supieron apreciar. Tanto desde el conflicto como desde la música, el film está producido con mucho respeto, sin dejar que Mazinger atraiga solo por el nombre sino haciendo de este un relato serio. Cuando esto sucede, es más que placentero volver a encontrarse con el niño interior.

 

 

 

 

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Matías Carballa

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