Crítica de Mujer Nómade

Martín Farina recorre la vida de Esther Díaz, estudiosa de los cánones de sexualidad y placer en la cultura patriarcal, con el posporno como perspectiva transformadora. Si los antiguos pregonaron la filosofía como modo de vida, ella hace cuerpo ese mandato milenario.

Tras las miradas intimistas entre vestuarios de Fulboy y la vida de un fabricante de ladrillos en el sur con El hombre de Paso Piedra, Martín Farina arremete de lleno con el que es su trabajo más ambicioso a la fecha: el retrato de la filósofa, escritora y profesora Esther Díaz, quien tras un desgarrador monólogo se presenta como una mujer sobreviviente, una figura trágica cuasi almodovariana que de tan crudo relato parece ficticio, pero es creer o reventar con la valentía en pantalla de esta septuagenaria.

Mujer Nómade tiene a Díaz como protagonista absoluta en una exploración íntima de una mujer que comenzó a vivir su vida ya entrando en la tercera edad, un umbral que, ella misma le comenta a cámara, cuando era chica lo tildaba como el comienzo de la muerte. Tras un frustradísimo matrimonio y luego de criar a dos hijos y estudiar estando soltera, se recibió con honores en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Pero detrás de esa mujer que logró cumplir su sueño de estudiar su pasión, esa campeona que es prácticamente vitoreada cuando da charlas multitudinarias en diferentes ciudades del país, y que se muestra totalmente articulada al moderar las mismas, se encuentra un ser humano frágil a la cual la vida le ha pasado factura más de una vez. Con una propensión a rodearse de hombres mucho más jóvenes que ella -con el escultural Juan Manuel Martino como objeto total de deseo y atracción de la filósofa- y una imposibilidad de ser amada, Esther se muestra fabulosa pero dubitativa, aquejada por años de dolor interno y grietas que nunca se cerraron.

La capacidad biográfica de Farina se entremezcla con el costado ficcionalizado de Díaz en una combinación bombástica, que muestra a su protagonista explorando sus facetas y ansias sexuales que pondrían a más de uno incómodo, pero que en los tiempos que corren sirven para demoler a la belleza como un constructo social, ese al que la misma Esther recae cuando acude a una clínica estética para retocarse antes de las charlas en los próximos días. La mujer nómade del título no es aquella que se mueve de un lugar a otro constantemente, dice Díaz, sino es esa mujer que sabe reinventarse, transformarse completamente y nunca contentarse en un mismo lugar. Al terminar el docudrama, el espectador no tiene más opción que arrodillarse frente a la figura de Díaz, mujer nómade si existe en este feroz y veraz ejercicio cinematográfico que duele pero resulta profundamente necesario e inspirador.

 

 

 

 

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Lucas Rodríguez

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