Crítica de Siberia

Un hombre destrozado busca la paz interior huyendo a una tierra inhóspita y desolada, pero no logra conseguirla. Entonces, decide emprender un viaje al interior de su ser, creyendo que explorando sus sueños y confrontando sus recuerdos encontrará la paz que tanto ansía.

Luego de estrenar lo que muchos han catalogado como una semi-autobiografía: Tommaso (2019), en menos de un año el director norteamericano Abel Ferrera vuelve al ruedo con una obra que puede ser catalogada -cuando menos- de extraña. Nos referimos a Siberia, filme escrito por el propio Ferrara y Christ Zois (Welcome to New York, Jersey Guy), y protagonizado por el aclamado actor Willem Dafoe (The Lighthouse, At Eternity’s Gate, Aquaman), la cual tuvo su estreno mundial en la competición oficial de la Berlinale 2020.

Este nuevo filme de Ferrara, altamente experimental, extravagante y surrealista, intenta mostrarnos la vida de Clint (Dafoe), un hombre solitario que ha decidido vivir en un lugar inhóspito, en medio de la nada, en un lugar extremadamente frío y cubierto de nieve -que en cierta medida da sentido al título de la película- con la finalidad de encontrar su paz interior.

La historia comienza con un monologo anecdótico -en la inconfundible voz de Dafoe- en la que el protagonista reflexiona sobre un momento de su infancia y da pie para adentrarnos en el confuso entramado que se irá desarrollando a lo largo de la trama.

Clint vive en una vieja y desolada cabaña, que funciona como una taberna, en la que llegan, de vez en cuando, algunos exóticos visitantes -en busca de alcohol y comida- que logran compenetrarse fácilmente con él, a pesar de que éste no habla el mismo idioma que ellos. Esto resulta interesante, porque con esta estrategia discursiva Ferrera busca dejar en el espectador la interpretación de lo que se desea expresar, ya que los diálogos que no son en inglés no son traducidos. Estos personajes -que visitan la taberna de Clint- suscitan extrañamente en él algunos recuerdos o alucinaciones, que se entremezclan con la realidad, dando paso a uno de los mayores atractivos de la obra, esa persistente idea de Ferrara de querer plasmar en la pantalla los sueños, el inconsciente del ser humano.

Para ello, el director rehúye de los convencionalismos narrativos con la finalidad de llevarnos a un viaje surrealista por los recodos de una mente perturbada. Así, vemos cómo Clint busca respuestas por medio de sus alucinaciones, a través de un viaje físico y metafísico de autodescubrimiento, que lo lleva a reencontrarse con personajes de su pasado, personajes cargados de simbolismo que buscan retratar su tormentosa vida. Por ejemplo, soldados rusos en un campo de exterminio del que -aparentemente- un joven Clint logra escapar o una conversación entre él y el reflejo de su hermano (interpretado por el mismo Dafoe), en la cual Clint trata de encontrar algunas respuestas. También, a través de sus sueños o alucinaciones, logra reencontrarse con su niñez, con sus padres, con sus parejas, con su hijo, con versiones inquietantes de sí mismo y otros personajes arquetípicos e inusitados, a la vez que su jauría de lobos jala su trineo para llevarlo por diversos lugares, atravesando hermosos paisajes nevados para llegar -paradójicamente- a los más calurosos desiertos.

A todo esto, es oportuno destacar que la elección de Willem Dafoe como protagonista es más que acertada; su histrionismo se desborda en la pantalla, sus rasgos irregulares y sus variopintas expresiones, ofrecen mayor fuerza argumentativa a la desconcertante obra de Ferrara. Esto se puede evidenciar, por ejemplo, en una escena en la que Defoe se contorsiona extrañamente al ritmo de “Runaway”, de Del Shannon, escena que, por cierto, nos recuerda al baile que Joaquin Phoenix realiza en el Joker (2019), de Todd Phillips.

Por otra parte, Ferrera nos ofrece un filme cuya cinematografía, a cargo de Stefano Falivene (Pasolini, Mary), por momentos, nos sumerge en imágenes realmente oníricas, llenas de belleza, mientras que otras se muestran menos sofisticadas, más siniestras y perturbadoras, dejando clara la ambigüedad que explora la trama de la película, así como la necesidad de plasmar, sin ningún tipo de sutileza, la firma autoral de su creador, quien intenta -por todos los medios- reflejar en la pantalla su mirada sobre la complejidad del inconsciente humano, lo cual se traduce -al final- en una obra compleja, desconcertante, abrupta, caótica, llena de elementos simbólicos que buscan incentivar nuestra imaginación, pero que -lamentablemente- en muchos casos sólo puede ser traducida por la propia mente de su autor, siendo esta inconsistencia uno de los puntos más débiles del filme.

En tal sentido, Siberia se puede resumir como una pieza experimental, surrealista, provocadora, apta solamente para aquellos espectadores que sienten fascinación por las películas que tratan de expresar la “lógica de los sueños”. Por ello, si bien la obra de Ferrera puede resultar interesante, este filme únicamente te atrapará si te apasionan las películas de autor que rompen la convencionalidad, aquellas que expresan a todo pulmón el egocentrismo artístico de sus creadores, de lo contrario -seguramente- la odiarás.

 

 

 

 

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Erick García

Cinéfilo, Seriéfilo, Entusiasta de los Videojuegos, lector de comics, fanático de Iron Maiden, Educomunicador, Profesor e Investigador del @ININCOUCV

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