Crítica de Babylon: el cine salva

El director de La La Land y Whiplash está de regreso.

El cine sonríe cada vez que Hollywood habla de Hollywood. Es uno de sus temas predilectos. Sea Quentin Tarantino (Había una vez… en Hollywood) o los hermanos Coen (Hail, Caesar!), o más atrás en el tiempo Tim Burton (Ed Wood) o Billy Wilder (Sunset Blvd), cada vez que un cineasta virtuoso posa su ojo sobre la industria, uno se relame de gusto ante la perspectiva de otro viaje que celebre al pasado. Y con Babylon llega el turno de Damien Chazelle, que con La La Land o Whiplash se consolidó como uno de los más apasionantes directores en ejercicio.

Su propuesta es una película coral, ambientada en un período bisagra para la historia de este arte: los años de la transición del cine mudo al sonoro. Lo hace con un grupo de personajes que se interconectan mientras navegan las distintas facetas que les brinda la Ciudad de los Sueños. Un actor consagrado que debe enfrentar los cambios de era, una joven en ascenso que busca su gran oportunidad, un fixer que se abre paso hacia los sets y más. Todos conocen las luces y sombras que Hollywood tiene para ofrecer, con un nivel de desborde que se sabe su joven realizador puede dar.

Para lo bueno y lo malo, Babylon es épica, orgiástica, descomunal. Los excesos de la época a todo trapo, por el módico precio de tres horas de tu vida en una butaca… Toda una experiencia. Su magnetismo está en los detalles.

El foco en múltiples personajes le restará potencia en su último acto. La La Land, Whiplash y hasta First Man se ajustaban a dos actores centrales. Acá se abarcará demasiado, en un esfuerzo por pintar un retrato que hable de sueños, sí, pero que no pierde de vista toda la mierda que hay que tragar para llegar y/o mantenerse. Quizás no hubiera otra forma. Cuando suene el piano del compositor Justin Hurwitz, estrujará el corazón de todos modos.

Babylon es tan desbocada como valiosa. Abre con una fuerza inusitada en sus primeros minutos y se guarda el moño para el cierre, con otro final de esos por los que Chazelle pasará a la historia. Magia y nostalgia.

 

 

 

 

Migue Fernández

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